CAPITULO DOCE
(Tomado
del libro “El día que Jesús el Cristo murió.”)
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Un llamado al
Arrepentimiento
Por
Fred
R. Coulter
www.iglesiadedioscristianaybiblica.org
No solo es la
muerte de Jesucristo—Dios manifestado en la carne—un testimonio para el mundo,
las naciones, los líderes religiosos y toda persona, ¡sino es un llamado al
arrepentimiento! Juan el Bautista fue enviado a preparar el camino para
Jesucristo. Él predicó el arrepentimiento de pecados, instruyendo a la gente a
creer en Jesucristo, Quien vendría tras él. Después que Juan el Bautista fue
puesto en prisión, Jesucristo comenzó Su ministerio predicando el arrepentimiento:
“El comienzo del
Evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios;… Luego después
del encarcelamiento de Juan, Jesús fue a Galilea, proclamando el evangelio del
reino de Dios, y diciendo, “El tiempo ha sido cumplido, y el reino de Dios está
cerca a la mano; arrepiéntanse, y crean en el evangelio” ” (Marcos 1:1,
14-15).
Jesús dejó claro
que Él vino a llamar a los pecadores al arrepentimiento, “No vine a llamar a los
rectos
[aquellos que creen que son rectos], sino
a los pecadores al arrepentimiento” (Marcos 2:17); y, Él no dejó
duda que todos deben arrepentirse de sus pecados: “Entonces al mismo tiempo, estaban allí
presentes algunos quienes le estaban diciendo acerca de los galileos,
cuya sangre Pilato había mezclado con sus sacrificios. Y Jesús respondió y
les dijo, “¿Ustedes suponen que estos galileos eran pecadores por encima de
todos los galileos, porque padecieron tales cosas? Yo les digo que no; pero
si ustedes no se arrepienten, todos perecerán igualmente. O aquellos dieciocho sobre
quienes cayó la torre de Siloé, y los mató, ¿suponen ustedes que estos eran
deudores por encima de todos los hombres que moraban en Jerusalén? Yo les digo que
no; pero si ustedes no se arrepienten, todos perecerán igualmente” ” (Lucas 13:1-5).
Todos hemos
pecado
El Nuevo
Testamento define el pecado como la transgresión de la ley (I Juan 3:4). Una traducción
literal del griego de este verso dice: “Todo aquel que practica pecado está también
practicando ilegalidad, pues pecado es ilegalidad.”
No hay ninguno en
toda la historia del mundo que no haya pecado, excepto Jesucristo. Es por eso
que solo Él puede ser nuestro Redentor y nuestro Salvador. Toda persona
necesita ser salvada de sus pecados, porque “la paga del pecado es muerte, pero el
regalo de Dios es vida eterna a través de Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos
6:23).
En su epístola a
los Romanos, el apóstol Pablo fue inspirado a declarar enfáticamente que todos
hemos pecado—todos hemos transgredido las leyes y mandamientos de Dios, y todos
estamos sentenciados a muerte. El único escape y salvación es a través de
Jesucristo: “¿Qué
entonces? ¿Somos [los judíos] mejores [que los gentiles] por nosotros mismos? ¡No, en absoluto! Porque
ya hemos acusado a ambos judíos y gentiles—TODOS—con estar bajo
pecado,
exactamente como
está escrito: “Porque no hay un justo—¡ni siquiera uno! No hay uno que entienda; no hay
uno que busque a Dios. Todos ellos han salido del camino; juntos todos
ellos han llegado a ser depravados. No hay siquiera uno que esté
practicando bondad. ¡No, no hay tantos como uno! Sus gargantas son como
una tumba abierta; con sus lenguas han usado engaño; el veneno de
áspides esta bajo sus labios, cuyas bocas están llenas de maldición y
amargura; sus pies son rápidos para derramar sangre; destrucción y miseria están
en sus caminos; y
el camino de paz no han conocido. No hay temor de Dios delante de
sus ojos.” Entonces, sabemos que cualquier
cosa que la ley diga, habla a aquellos que están bajo la ley, para que toda
boca pueda ser cerrada, y todo el mundo pueda llegar a ser culpable delante de
Dios.…
Porque todos
hemos pecado, y estamos destituidos de la gloria de Dios” (Romanos
3:9-19, 23).
En el Día de Pentecostés,
tan solo 54 días después de la crucifixión, los apóstoles comenzaron a predicar
el evangelio de Jesucristo del arrepentimiento para remisión de pecados. En
aquel día, Dios derramó Su Santo Espíritu en poder, y los apóstoles hablaron en
una multitud de idiomas como un testimonio fantástico a los judíos de todas las
naciones reunidas en el templo en Jerusalén para el día de la Fiesta, quienes
cada uno escuchó el Evangelio en su propio idioma (Hechos 2:1-18). Cuando ellos
se preguntaban que significaba ese milagro, el apóstol Pedro fue inspirado a
predicar poderosamente a Cristo y el arrepentimiento de pecados. Su conmovedor
testimonio a los judíos quienes se habían reunido en el templo terminó con
estas palabras: “Por tanto, toda la casa
de Israel sepa con plena seguridad que Dios ha hecho a este mismo Jesús,
a Quien ustedes crucificaron, ambos Señor y Cristo. Entonces
después de oír esto, ellos fueron compungidos del corazón; y dijeron a
Pedro y a los otros apóstoles, “Hombres y hermanos, ¿Qué haremos?”
Entonces Pedro les dijo, ‘Arrepiéntanse y sean bautizados cada uno de
ustedes en el nombre de Jesucristo para la remisión de pecados, y
ustedes mismos recibirán el regalo del Espíritu Santo.… Y con muchas otras palabras sinceramente testificó y
exhortó, diciendo, “Sean salvos de esta perversa generación.” Entonces
aquellos que alegremente recibieron su mensaje fueron bautizados; y
alrededor de tres mil almas fueron añadidas ese día” (Hechos 2:36-41).
El llamado del apóstol
Pablo al arrepentimiento
Cuando el apóstol
Pablo llegó a Atenas, el centro de las religiones paganas griegas, predicó un
mensaje poderoso de arrepentimiento. Como esta registrado en Hechos, él exhortó
a los atenienses a arrepentirse de sus idolatrías y vanas prácticas religiosas:
“Entonces Pablo se paró en el centro de la colina de
Marte y dijo, “Hombres, atenienses, percibo que en todas las
cosas son muy reverentes a deidades; porque mientras estaba pasando a
través y observando los objetos de su veneración, encontré también un altar
sobre el cual estaba inscrito, “A un Dios desconocido.” Así entonces, a
Él a Quien ustedes adoran en ignorancia es Aquel que les proclamo.
“Él es el Dios que hizo el
mundo y todas las cosas que están en el. Siendo el Señor
del cielo y la tierra, no vive en templos hechos por manos; ni
es servido por las manos de hombres, como si necesitara algo, porque
Él da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y Él hizo de una
sangre todas las naciones de hombres para habitar sobre toda la faz de la
tierra, habiendo determinado de antemano sus tiempos señalados y los
límites de sus habitaciones; para que pudieran buscar al Señor, si tal vez
pudieran palpar tras Él y pudieran encontrarlo; aunque verdaderamente, Él no
está lejos de cada uno de nosotros, porque en Él vivimos y nos movemos y
tenemos nuestro ser; como algunos de los poetas entre ustedes también han
dicho, ‘Porque somos Su descendencia.’
“Por
tanto, ya que somos la descendencia de Dios, no deberíamos pensar que la Deidad
es como eso lo cual es hecho de oro, o plata, o piedra—una cosa
esculpida de arte ideado por la imaginación del hombre; porque aunque
Dios en verdad ha pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, Él ordena
ahora a todos los hombres en todo lugar arrepentirse, porque Él ha fijado
un día en el cual juzgará al mundo en justicia por un Hombre a Quien Él ha nombrado,
habiendo dado prueba a todos resucitándolo de los muertos.” ” (Hechos
17:22-31). El mensaje de arrepentimiento de Pablo fue el mismo del de
Jesucristo: “Si
ustedes no se arrepienten, todos perecerán igualmente.”
El significado
de Arrepentimiento
A causa del
testimonio que Jesucristo ha dado al mundo—a todas las naciones, todas las religiones
y toda la gente—Él ordena que todos los hombres y mujeres se arrepientan y
vuelvan a Dios con todo su corazón. Hoy en día, el juicio de Dios está a la puerta.
¡Nadie escapará a menos que él o ella se arrepienta!
¿Qué es
arrepentimiento? Hay dos clases de arrepentimiento. Uno es el arrepentimiento
del mundo, el cual es arrepentimiento no profundo que lleva a la muerte. El
otro es el arrepentimiento piadoso que lleva al perdón y salvación. El apóstol
Pablo dijo, “Porque
tristeza hacia arrepentimiento ante Dios produce salvación de no estar
arrepentido; pero la tristeza del mundo produce muerte” (II Corintios 7:10).
El arrepentimiento
piadoso significa un rechazo completo de los pecados de uno, un volverse del
pecado—de la transgresión de las leyes y mandamientos de Dios. El arrepentimiento
es una completa rectificación de la vida, un apartarse del propio camino pecaminoso
de uno al camino de amor y obediencia, guardando las leyes y mandamientos de
Dios y viviendo por cada palabra de Dios como es enseñado por Jesucristo.
En el libro de
Salmos, encontramos la oración de arrepentimiento del Rey David, pronunciada
cuando Natán el profeta vino a él después de la aventura de David con Betsabe y
el asesinato de su esposo Urías. Esta oración muestra el rechazo completo de
David del pecado y de sí mismo mientras suplica a Dios con lágrimas de angustia
y tristeza, rogando Su misericordia y perdón. Él no confesó sus pecados a un
sacerdote. Él no confesó sus pecados a Natán el profeta. Así como hizo David,
debemos confesar nuestros pecados directamente a Dios el Padre y a Jesucristo,
no a un hombre. La oración del Rey David ha sido preservada para nosotros de
modo que podamos entender la actitud de arrepentimiento verdadero: “Ten misericordia de mí, Oh Dios,
de acuerdo a Tu bondad; de acuerdo a la grandeza de Tu compasión, borra mis
transgresiones. Lávame totalmente de mi iniquidad, y límpiame de mi pecado,
porque reconozco mis transgresiones, y mi pecado esta siempre delante de mí.
“Contra Ti, contra Ti
solamente, he pecado, y he hecho mal a Tu vista, para que pudieras ser
justificado cuando hablas y estar en lo correcto cuando juzgas. He aquí, fui
dado a luz en iniquidad, y en pecado mi madre me concibió. He aquí, Tú deseas verdad en las
partes internas; y en la parte oculta Me harás conocer sabiduría. Purifícame
con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme
oír gozo y alegría para que los huesos los cuales has roto puedan
alegrarse. Oculta Tu cara de mis pecados, y borra todas mis iniquidades.
Crea en mí un corazón limpio, Oh Dios, y renueva un espíritu firme dentro de mí. No me eches de Tu presencia, y
no saques Tu Santo Espíritu de mí. Restáurame el gozo de Tu salvación, y Tu
espíritu gratuito me sostenga.… Líbrame de la culpa de derramar sangre, Oh Dios, Oh Dios de
mi salvación…” (Salmo 51:1-14).
El arrepentimiento
es el primer paso en la reconciliación del pecador con Dios el Padre y Jesucristo.
Dios el Padre a través de Su Espíritu debe abrir la mente de una persona para
entender que él o ella es un pecador contra Él. Como dijo David, “Contra Ti, contra Ti
solamente, he pecado.” Entonces uno debe creer en el evangelio de Jesucristo, en que
es a causa de los propios pecados de uno que Él tuvo que morir. Creencia verdadera
trae arrepentimiento y necesidad de confesar los pecados de uno a Dios el Padre
y pedir perdón, la remisión y perdón de aquellos pecados a través de la sangre
de Jesucristo. El arrepentimiento verdadero, profundo y piadoso producirá un
cambio profundo en la mente y actitud de la persona, lo cual resultará en un
deseo continuo de vivir por cada palabra de Dios. La persona verdaderamente
arrepentida se apartará de los malos pensamientos y prácticas impías y buscará
conformar su vida a la voluntad de Dios como es revelado en la Santa Biblia y
como es guiado por el Espíritu Santo. El arrepentimiento y la confesión de
pecados es un proceso continuo en el crecimiento espiritual de un cristiano
hacia la perfección en Jesucristo.
Basado en
arrepentimiento verdadero y profundo, Dios está listo y deseoso de perdonar los
pecados, como se muestra en otra oración de arrepentimiento de David: “Sé misericordioso conmigo, Oh
SEÑOR, porque Te suplico todo el día. Alegra el alma de Tu siervo, porque a Ti,
Oh SEÑOR, levanto mi alma. Porque Tú, SEÑOR, eres bueno y listo para
perdonar, y rico en misericordia para todos aquellos que Te invocan. Da
oído, Oh SEÑOR, a mi oración, y atiende a la voz de mis suplicas. En el día
de mi problema Te invocaré, porque Tú me responderás” (Salmo
86:3-7).
Dios no requiere
sacrificios animales por la propiciación del pecado. Él no requiere que el
pecador ejecute oraciones de memoria con la ayuda de un rosario. Él no requiere
cientos de repeticiones del “Ave María” o del “Padre Nuestro.” Dios no requiere
que una persona se arrastre por kilómetros sobre sus rodillas o que ejecute
auto-flagelación o algún ritual sangriento. Dios requiere solamente que el
pecador tenga un corazón quebrantado y contrito y que se arrepienta
genuinamente como está escrito: “Porque Tú no deseas sacrificio, o sino yo lo daría; Tú no tienes
placer en ofrenda quemada. Los sacrificios de Dios son un espíritu
quebrantado; un corazón contrito y quebrantado, Oh Dios, Tú no despreciarás” (Salmo
51:16-18).
El apóstol Juan escribió,
“Si confesamos
nuestros propios pecados [directamente a Dios el Padre en oración], Él es fiel y justo, para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia” (I Juan 1:9).
Si nos arrepentimos y confesamos nuestros pecados directamente a Dios el Padre
y a Jesucristo en oración sentida, Dios seguramente nos perdonará. Una vez
nuestros pecados son perdonados, debemos dejar de vivir en pecado como dijo Jesús,
“No peques más,
para que algo peor no te pase”; y “Ve, y no peques más” (Juan 5:14; 8:11).
El profeta Isaías
escribió: “Lávense ustedes mismos, límpiense ustedes mismos; repudien el mal
de sus obras de delante de Mis ojos; cesen de hacer el mal; aprendan
a hacer el bien; busquen juicio, reprueben al opresor. Juzguen al
huérfano, aboguen por la viuda. Vengan ahora, y razonemos juntos,” dice el
SEÑOR. “Aunque sus pecados sean como escarlata, serán tan blancos como la
nieve; aunque sean rojos como carmesí serán como la lana. Si están
dispuestos y son obedientes, comerán lo bueno de la tierra; pero si se
rehúsan y rebelan, serán devorados con la espada;” porque la
boca del SEÑOR lo ha hablado.” (Isaías 1:16-20).
El significado
de Bautismo en agua
Después de aceptar
a Jesucristo como el Salvador personal de uno, uno debe ser bautizado por inmersión
completa en agua para remisión de pecados. El bautismo en agua simboliza la
muerte y entierro de cada creyente arrepentido—una unión espiritual en la
muerte de Jesucristo. A través de esta muerte bautismal llegamos a ser
coparticipes de la crucifixión y muerte de Jesucristo, Cuya sangre es aplicada
como pago total por nuestros pecados. Levantarse del agua simboliza nuestro ser
unido con Jesucristo en la resurrección. Cuando nos levantamos de la tumba
acuosa del bautismo, nos levantamos a novedad de vida. Para llegar a ser una
nueva persona, debemos recibir el engendramiento del Espíritu Santo de Dios el
Padre a través de la imposición de manos. Entonces somos guiados por el Espíritu
Santo para caminar en obediencia amorosa a Dios el Padre y Jesucristo.
Pablo fue muy enfático
cuando escribió que después del bautismo ¡no debemos vivir más en pecado!: “¿Qué diremos entonces?
¿Continuaremos en pecado, para que la gracia pueda abundar? ¡DE NINGUNA MANERA!
Nosotros quienes morimos al pecado, ¿Cómo viviremos más en el? ¿O son ustedes
ignorantes que nosotros, como tantos que fuimos bautizados en Cristo Jesús,
fuimos bautizados en Su muerte? Por tanto, fuimos sepultados con Él a través
del bautismo en la muerte; para que, así como Cristo fue levantado de los
muertos por la gloria del Padre, en la misma forma, deberíamos también caminar
en novedad de vida. Porque si hemos sido unidos juntamente en la semejanza de
Su muerte, así también lo seremos en la semejanza de Su
resurrección. Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue co-crucificado con Él,
para que el cuerpo de pecado pudiera ser destruido, para que ya no pudiéramos
ser esclavizados para pecar; porque quien ha muerto al pecado ha sido
justificado del pecado. Entonces si morimos junto con Cristo, creemos que
también viviremos con Él” (Romanos 6:1-8).
Después del
arrepentimiento verdadero y piadoso, y del bautismo para el perdón de pecados,
el nuevo creyente es justificado y puesto en recta posición con Dios el Padre.
El apóstol Pablo explicó esta operación de la gracia de Dios: “Pero estamos siendo justificados gratuitamente
por Su gracia a través de la redención que está en Cristo Jesús; A Quien
Dios ha manifestado abiertamente ser una propiciación a través de la
fe en Su sangre, para demostrar Su justicia, respecto a la remisión de pecados
que son pasados,… Incluso
la justicia de Dios que es a través de la fe de
Jesucristo, hacia todos y sobre todos aquellos que creen; porque no hay
diferencia”
(Romanos 3:24-25, 22).
Es la fe de
Jesucristo, la que Él tuvo cuando voluntariamente se dio a Sí mismo para ser
golpeado, flagelado y crucificado, la que nos salva de nuestros pecados y nos
justifica para Dios el Padre. A través del poder del Espíritu Santo, Jesús nos imparte
Su fe de modo que podemos vivir por fe: “He sido crucificado [a través del
bautismo] con
Cristo, aun así vivo. Ciertamente, ya no soy más yo; sino Cristo vive en
mí. Porque la vida que estoy ahora viviendo en la carne, la vivo
por fe—esa misma fe del Hijo de Dios, Quien me amó y Se dio a Si
mismo por mi”
(Gálatas 2:20).
Salvación por
Gracia
Una vez hemos
sido justificados, continuamente permanecemos en un estado de gracia ante Dios:
“Por tanto,
habiendo sido justificados por fe, tenemos paz con Dios a través de nuestro
Señor Jesucristo. A través de Quien también tenemos acceso por fe a esta
gracia en la cual permanecemos, y nos gloriamos en la esperanza de
la gloria de Dios. Y
no solo esto, sino también nos gloriamos en las tribulaciones,
dándonos cuenta que la tribulación da a luz resistencia, y la
resistencia da a luz carácter, y el carácter da a luz
esperanza. Y la esperanza de Dios nunca nos avergüenza porque
el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones a través del Espíritu
Santo, el cual nos ha sido dado” (Romanos 5:1-5).
La salvación por
gracia no confiere una licencia para pecar con impunidad. Ni Jesucristo ni los apóstoles
enseñaron alguna vez tal doctrina. Jesús Mismo dijo, que si lo amamos,
guardaremos Sus mandamientos: “Si Me aman, guarden los mandamientos—a saber, Mis mandamientos.… Aquel que tiene Mis
mandamientos, y los está guardando, ese es quien Me ama; y quien Me ama será
amado por Mi Padre, y Yo lo amaré, y Me manifestaré Yo mismo a él.… Si alguno Me ama, guardará Mi
palabra; y Mi Padre le amará, y Nosotros vendremos a él, y haremos Nuestra
morada con él. Aquel que no Me ama, no guarda Mis palabras; y la palabra que
ustedes escuchan no es Mía, sino del Padre, Quien Me envió” (Juan 14:15,
21, 23-24).
En su primera epístola,
el apóstol Juan muestra que debemos guardar los mandamientos de Dios. De hecho,
cuando estamos guardando Sus mandamientos, sabemos que conocemos a Jesucristo y
estamos siendo perfeccionados en amor: “Y por este estándar sabemos que lo
conocemos: si guardamos Sus mandamientos. Aquel que dice, “Lo conozco,” y no
guarda Sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no esta en él. De otro
lado, si cualquiera está guardando Su Palabra, verdaderamente en
aquel el amor de Dios está siendo perfeccionado. Por este medio
sabemos que estamos en Él” (I Juan 2:3-5).
Muchos quienes
profesan ser cristianos reclaman que “aman al Señor” pero luego rechazan
guardar Sus mandamientos. Amar a Dios es más que una emoción. Nuestras acciones
también deben reflejar ese amor a través de nuestra obediencia. El apóstol Juan
escribió: “Por este
estándar sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y
guardamos Sus mandamientos. Porque este es el amor de Dios: que guardemos Sus
mandamientos; y Sus mandamientos no son pesados” (I Juan 5:2-3).
El apóstol
Santiago, un hermano del Señor Jesucristo, también escribió que debemos guardar
los mandamientos de Dios: “Porque si cualquiera guarda toda la ley, pero peca en un aspecto,
se hace culpable de todo. Porque Quien dijo, “No cometerán adulterio,” también
dijo, “No cometerán asesinato.” Ahora, si ustedes no cometen adulterio, pero
cometen asesinato, se han hecho transgresores de la ley. En esta manera
hablen y en esta manera compórtense: como aquellos que están a punto de ser
juzgados por la ley de libertad” (Santiago 2:10-12).
Santiago además escribió
que fe sin obras es muerta—eso llevará a muerte, no a vida eterna: “…fe, si no tiene obras, es
muerta, por si misma. Pero alguien va a decir, “Usted tiene fe, y yo tengo obras.” Mi
respuesta es: Usted pruébeme su fe a través de sus obras, y yo le probaré
mi fe a través de mis obras. ¿Cree usted que Dios es uno? Hace bien en creer
eso. Incluso los demonios creen y tiemblan de miedo. ¿Pero está
deseoso de entender, Oh hombre tonto, que fe sin obras es muerta? ¿No
fue nuestro padre Abraham justificado por obras cuando ofreció a Isaac,
su propio hijo, sobre el altar? ¿No ve que la fe estaba trabajando
juntamente con sus obras, y por obras su fe fue perfeccionada? Y la escritura fue cumplida la
cual dice, “Entonces Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia”; y fue
llamado un amigo de Dios. Vea, entonces, que un hombre es justificado por
obras, y no por fe solamente” (Santiago 2:17-24).
La salvación por
gracia es demostrada en obras—no las tradiciones humanamente inventadas y las obras
de religión sino las obras de amar a Dios y guardar Sus mandamientos como lo
nota Pablo, “Porque
por gracia han sido salvos a través de fe, y esta no es de ustedes mismos; es
el regalo de Dios, no de obras, para que nadie pueda jactarse. Porque somos Su hechura, creados
en Cristo Jesús hacia las buenas obras que Dios ordenó de antemano para
que pudiéramos caminar en ellas” (Efesios 2:8-10).
Cuando hemos
recibido el engendramiento del Espíritu Santo de Dios el Padre, debemos caminar
en el camino del Señor y amar a Dios el Padre y a Jesucristo con todo el corazón,
y con todo el entendimiento, y con toda el alma y con toda la fortaleza (Marcos
12:29-34). Debemos guardar los mandamientos de Dios de corazón en el espíritu
de la ley. Finalmente, debemos crecer en gracia y conocimiento y ser fieles
hasta la muerte. Entonces, al regreso de Jesucristo, seremos resucitados a vida
eterna y gloria como un hijo o hija espiritual de Dios. ¡Traer muchos hijos e
hijas a la gloria es la razón por la cual Jesucristo murió!
Querido
lector, Jesucristo murió por sus pecados, y Él puede ser su Salvador personal,
Usted tiene la elección de arrepentirse y creer en el Hijo de Dios, aceptando
Su sacrificio por sus pecados, o rechazar a Jesucristo y Sus palabras y recibir
el juicio de Dios y muerte eterna. ¿Qué hará? Usted será hecho responsable por
su decisión. ¡Usted debe decidir!