CAPITULO ONCE
(Tomado
del libro “El día que Jesús el Cristo murió.”)
_________________________
El sacrificio único
de Jesús cumplió todos
Por
Fred
R. Coulter
www.iglesiadedioscristianaybiblica.org
Jesucristo
se ofreció a Sí mismo como el sacrificio supremo de Dios el Padre por los
pecados de la humanidad. A través de Su sacrificio único perfecto, Jesús compró
redención de pecados por todo tiempo. El Nuevo Testamento revela que Su muerte cumplió
no solo el sacrificio de la Pascua sino todos los sacrificios animales que eran
requeridos por las leyes que Dios había dado a Moisés. Todos fueron cumplidos
cuando Jesús murió en el día de la Pascua, ya que el apóstol Pablo nos dice que
Jesús “[ofreció]
UN SACRIFICIO por el pecado para siempre” (Hebreos 10:12). Este
sacrificio único perfecto compró redención eterna: “Por Cuya voluntad somos santificados a
través de la ofrenda del cuerpo de Jesucristo UNA VEZ POR TODAS” (Hebreos
10:10). Y nuevamente, “Porque cuando murió, murió al pecado UNA VEZ POR TODOS” (Romanos
6:10).
Jesús fue
nuestra Ofrenda por el pecado
Algunos
de los cristianos primitivos hebreos no entendieron plenamente que la muerte de
Jesucristo había cumplido los sacrificios animales que eran ordenados bajo el
Antiguo Pacto. Ellos aún observaban los sacrificios del templo para la santificación
del pecado. El apóstol Pablo escribió su epístola a los hebreos para
explicarles que esos sacrificios por el pecado no eran más requeridos. Él explicó
que el sacrificio de Jesucristo había cumplido todos los requerimientos de la
Ley para las ofrendas por el pecado que eran hechas en el templo.
Él también
explicó que, como la Ley lo requería, Jesús murió afuera de las puertas de la
ciudad: “Tenemos un
altar del cual aquellos quienes están sirviendo en el tabernáculo terrenal
presente no tienen autoridad para comer; por corresponder a aquellos
animales cuya sangre es traída a los lugares santos por el sumo sacerdote como ofrenda
por el pecado, los cuerpos de todos estos son quemados fuera del
campamento. Por
esta razón, Jesús, para poder santificar al pueblo con Su propia sangre,
también sufrió FUERA DE LA PUERTA” (Hebreos 13:10-12).
El hecho de que Jesús murió
fuera de las puertas de Jerusalén verifica que Su cuerpo fue una ofrenda por el
pecado. La Ley de Dios específicamente ordenaba que todas las ofrendas por el
pecado debían ser quemadas “fuera del campamento” (Levítico 4:1-2, 11-12, 21;
16:27). Después que la sangre de los animales del sacrificio era esparcida
sobre el altar, los cuerpos de las ofrendas por el pecado eran llevados al otro
lado del Valle Kidron a un lugar alto en el Monte de los Olivos al este de la
ciudad de Jerusalén, donde había un altar especial llamado el Altar Miphkad. Este
altar era localizado cerca del Golgota, donde Jesús fue crucificado.
“El Altar Miphkad
y las ofrendas por el pecado las cuales eran sacrificadas en el era
realmente una parte cardinal del complejo del Templo que existía en el tiempo
de Cristo. Este altar no era uno con rampa que llevara a un área elevada
cuadrada, sino que es descrito en la Mishnah como un hoyo en el cual los animales
podían ser quemados hacia cenizas (Parah 4:2). El Altar Miphkad
estaba ubicado fuera de los muros del Templo (como lo declara Ezequiel
43:21), pero [el puente a través del Valle Kidron y] la vía que lleva al altar
(incluyendo el altar en sí) eran parte del mobiliario ritualistico asociado con
los servicios del Templo.... Cristo fue crucificado cerca del Altar Miphkad…”
(Ernest L. Martin, Los secretos de la Golgota, p. 41).
La ubicación
de este altar en el Monte de los Olivos ofrecía una vista directa de toda el área
del Templo. En el Día de Expiación, aquellos quienes se paraban en el sitio de
este altar especial podían observar al sumo sacerdote mientras él estaba de pie
cerca del velo del Templo, listo para entrar en el Lugar Santo. “Incluso el
toro y el macho cabrío los cuales eran sacrificados en el Día de Expiación (Levítico
16) tenían que ser muertos cerca del Altar de ofrendas quemadas dentro del
Templo y se requería que sus cuerpos muertos fueran sacados por la puerta
oriental al Altar Miphkad en el Monte de los Olivos y allí eran quemados hacia
cenizas (Levítico 4)” (Ibid., p. 246).
Las
cenizas de todos los animales que eran quemados sobre el altar en el Templo
eran llevadas al mismo lugar donde las ofrendas por el pecado eran quemadas
(Altar Miphkad) y derramadas en la base del Altar (Levítico 4:12, 21; 6:11) (donde
las cenizas podían descender a través de un sistema de conducto al Valle Kidron
abajo)” (Ibid., p. 246). Como la ofrenda suprema de Dios el Padre por el
pecado, el cuerpo de Jesucristo fue ofrecido cuando Él fue crucificado en el
Monte de los Olivos, cerca al altar donde los cuerpos de todas las ofrendas por
el pecado del Templo eran ofrecidos a Dios. Así, Pablo escribió: “Pero Él, después de ofrecer
un sacrificio por el pecado para siempre, se sentó a la mano derecha
de Dios. Desde ese tiempo, está esperando hasta que Sus enemigos sean colocados
como taburete para Sus pies. Porque por una ofrenda Él ha obtenido
perfección eterna para aquellos que son santificados” (Hebreos
10:12-14).
Jesús fue
nuestro Sacrificio de la Pascua
Como
el Cordero de Dios, Jesucristo fue sacrificado en el día de la Pascua, Nisan
14/Abril 5, 30 dC. El apóstol Pablo afirma que Su muerte cumplió el sacrificio
del cordero de Pascua: “Porque Cristo nuestra Pascua fue sacrificado por nosotros” (I Corintios
5:7).
Jesucristo
fue el sacrificio completo de Dios el Padre para cumplir las promesas del Nuevo
Pacto—el único pacto que ofrece redención del pecado y el regalo de vida
eterna. La promesa de vida eterna a través del Nuevo Pacto fue sellada por el
cuerpo golpeado, flagelado y crucificado de Jesucristo y el derramamiento de Su
sangre. La ceremonia que conmemora Su sacrificio supremo por los pecados del
mundo fue instituida en la noche que Él fue traicionado. Ahí es cuando Sus discípulos
participaron de los símbolos de Su cuerpo y Su sangre, y es cuando a todos Sus
seguidores se les ordena participar de estos símbolos. Pablo escribió que las
instrucciones del Señor eran para ser observadas “en esa noche” cuando Jesús
fue traicionado, la cual fue la noche de Nisan 14. Los cristianos deben
renovar el Nuevo Pacto cada año en esa noche al participar en el lavado de los
pies y al participar del pan sin levadura roto y la copa de vino. Es una renovación
personal, individual del Nuevo Pacto, “...Esta copa es el Nuevo Pacto en Mi
sangre, la cual es derramada por ustedes” (Lucas 22:20). Todo cristiano
quien tiene parte en esta ceremonia está afirmando su aceptación del sacrificio
de Jesucristo y está renovando su compromiso de vivir por las palabras del
Nuevo Pacto.
Al
renovar personalmente el Nuevo Pacto, uno es capaz de recibir perdón continuo y
gracia de Dios el Padre, Quien aplica la sangre de Jesucristo a los pecados de
uno (I Juan 1:7-9). A través de la gracia de Dios y por el arrepentimiento, es
alcanzada esta limpieza diaria del pecado (Mateo 6:12), permitiéndole a los
cristianos permanecer en compañerismo con Dios el Padre y Jesucristo (I Juan
1:3). Él imparte fortaleza y entendimiento a cada uno a través de Su Santo Espíritu.
Todo Cristiano quien es guiado por el Espíritu Santo estará creciendo en
conocimiento espiritual y carácter piadoso y ultimadamente recibirá el regalo
de vida eterna en el Reino de Dios cuando Jesús regrese (II Pedro 1:4-11).
El Misterio de
la Piedad
Dios ha revelado en Su
Palabra que Su deseo es otorgar vida eterna a todos los que se arrepientan y
acepten a Jesucristo como Salvador personal y sean bautizados para remisión de
pecados. Tan maravilloso es el propósito de Dios para el hombre que el apóstol
Pablo lo llama “el misterio de piedad.” Este gran misterio de Dios es
la misma razón para la vida, muerte y resurrección de Jesucristo: “E innegablemente, grande es el
misterio de piedad: Dios fue manifestado en la carne, fue justificado en
el Espíritu, fue visto por ángeles, fue proclamado entre los gentiles,
fue creído en el mundo, fue recibido arriba en gloria” (I Timoteo
3:16).
Fue
para levantar hijos e hijas para Dios el Padre que Jesucristo fue manifestado
en la carne. El misterio de piedad es el conocimiento de que Jesucristo fue
Dios manifestado en la carne y que por el poder del Espíritu Santo, Cristo
habita dentro de cada uno a quien el Padre ha llamado, habilitando al creyente
a vencer la ley de pecado y muerte y a recibir vida eterna en la resurrección:
“Incluso el misterio que ha estado
escondido desde siglos y desde generaciones, pero que ha sido revelado
ahora a Sus santos; a quienes Dios quiso dar a conocer cuales son las riquezas
de la gloria de este misterio entre los gentiles; el cual es Cristo
en ustedes, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:26-27).
Al describir
el misterio de piedad, Pablo declara que no solo fue Dios “manifestado en la
carne” sino que Él “fue justificado en el Espíritu” (I Timoteo 3:16). ¿Cómo
fue Jesucristo, como Dios en la carne, justificado en el Espíritu? Como el Señor
Dios del Antiguo Testamento, Quien había creado todas las cosas, Jesús se vació
de Su existencia divina y eterna y fue hecho en la semejanza de hombre. Él tomó
sobre Sí mismo la misma carne pecadora que todos los seres humanos tienen, y en
consecuencia el mismo juicio que fue pronunciado sobre Adán y Eva y sus
descendientes. Aunque Él fue tentado como todos los otros seres humanos, Él venció
la ley de pecado y muerte y a Satanás, el autor del pecado, a través del poder
del Espíritu Santo. Él condenó el pecado en la carne al vivir una vida
perfecta, no rindiéndose ni una vez a los jalones de la carne, sino siempre
siendo guiado por el Espíritu Santo de Dios el Padre. Así es como Dios fue
justificado en el Espíritu.
A
causa de que Jesucristo, como Dios en la carne, fue justificado en el Espíritu,
Él ha abierto el camino para que todas las cosas en la tierra y en el cielo
sean reconciliadas con Dios el Padre: “Dando gracias al Padre, Quien nos ha
hecho calificados para la participación de la herencia de los santos en la
luz; Quien nos ha rescatado personalmente del poder de la oscuridad
[Satanás]
y nos ha
transferido al reino del Hijo de Su amor [al darnos el poder de Su
Santo Espíritu]; en Quien tenemos redención a
través de Su propia sangre, incluso la remisión de pecados; Quien es la imagen del Dios
invisible, el primogénito de toda creación; porque por Él fueron creadas
todas las cosas, las cosas en el cielo y las cosas sobre la
tierra, lo visible y lo invisible, ya sean ellos tronos, o señoríos, o
principados, o poderes; todas las cosas fueron creadas por Él y para Él.
“Y Él es antes de todo, y por Él
todas las cosas subsisten. Y Él es la cabeza del cuerpo, la iglesia;
Quien es el principio, el primogénito de entre los
muertos, para que en todas las cosas Él mismo pudiera tener la preminencia.
Porque agradó al Padre que en Él toda la plenitud debería vivir; y,
habiendo hecho paz a través de la sangre de Su cruz, por Él para reconciliar
todas las cosas a Sí mismo; por Él, ya sean las cosas en la tierra, o las cosas
en el cielo. (Colosenses 1:12-20).
A través
del sacrificio de Jesús, de acuerdo al gran plan de Dios de reconciliación,
todos los que se arrepientan de sus pecados, acepten a Jesucristo como Salvador
personal y sean bautizados reciben el regalo de salvación, con la promesa de
vida eterna en el Reino de Dios. “Pero vemos a Jesús, Quien fue hecho un poco menor que
los ángeles, coronado con gloria y honor a cuenta de sufrir la muerte,
para que por la gracia de Dios Él mismo pudiera probar la
muerte por todos; porque era apropiado para Él, para Quien todas las cosas fueron
creadas, y por Quien todas las cosas existen, traer muchos hijos
a la gloria, para hacer al Autor de su salvación perfecto a través
de sufrimientos. Porque ambos, Quien está santificando y aquellos que son
santificados son todos de Uno [un Padre]; por tal causa Él no está
avergonzado de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:9-11).
Jesucristo
fue el primer ser humano carnal en ser resucitado de los muertos como un ser
espiritual glorificado. A Su regreso, a un número innumerable le será otorgado
vida eterna como los hijos e hijas espirituales de Dios el Padre. Ellos compartirán
la misma existencia eterna y gloria de Jesucristo, como lo revela Pablo: “El Espíritu mismo da testimonio
conjuntamente con nuestro propio espíritu, testificando que somos hijos
de Dios. Entonces si somos hijos, somos también
herederos—verdaderamente, herederos de Dios y coherederos con Cristo—si
ciertamente sufrimos junto con Él, para que podamos también ser glorificados
junto con Él. Porque considero que los sufrimientos del tiempo presente
no son dignos de ser comparados con la gloria que será revelada
en nosotros”
(Romanos 8:16-18).
El apóstol
Juan escribió que los hijos de Dios serán como Jesucristo: “¡He aquí! ¡Que glorioso
amor nos ha dado el Padre, que deberíamos ser llamados los hijos de Dios! Por
esta misma razón, el mundo no nos conoce porque no lo conoció a Él. Amados,
ahora somos los hijos de Dios, y no ha sido revelado aun lo que seremos; pero
sabemos que cuando Él sea manifestado, seremos como Él, porque lo veremos
exactamente como Él es” (I Juan 3:1-2).
La
esperanza de ser glorificados como Jesucristo y vivir con Él para siempre en el
Reino de Dios trae verdadero significado a la observancia de la Pascua
Cristiana. Todo cristiano verdadero quien comparte esta esperanza estará
guardando fielmente esta ceremonia solemne cada año en la noche que Jesús la instituyó.
Cada uno participará en el lavado de pies para tener una parte con Jesucristo
en esta vida y en Su reino. Cada uno participará del pan y el vino para renovar
el Nuevo Pacto y permanecer bajo la sangre de Jesucristo durante el año
venidero. Cada uno determinará vivir por cada palabra del Nuevo Pacto a través
del poder del Espíritu Santo. Esta renovación personal del Nuevo Pacto a través
de la Ceremonia de la Pascua Cristiana habilitará a cada uno a recibir la
herencia gloriosa que les espera a los hijos de Dios.