CAPITULO
TRES
(Tomado
del libro “El día que Jesús el Cristo murió.”)
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¿Quien mató
a Jesucristo?
Por
Fred
R. Coulter
www.iglesiadedioscristianaybiblica.org
Nota: Todas las Escrituras han sido traducidas de The Holy
Bible In Its Original Order (La Santa Biblia en Su orden Original),
segunda edición.
Desde la crucifixión
de Jesucristo en el 30 d.C. hasta nuestros días, la gente se ha preguntado
acerca de quien mató a Jesucristo. ¿Fueron los judíos? ¿Fue el sacerdocio judío?
¿Fueron los romanos? Las respuestas a éstas preguntas se encuentran en las
Escrituras mismas, transmitiendo el asombroso amor, poder y plan de Dios en Su
trato intimo con la humanidad.
La muerte sacrificial de
Jesucristo planeada desde el comienzo
Antes de la creación
del mundo, Dios el Padre tenía Su plan predeterminado de redención y salvación
a través de Su único Hijo engendrado, Jesucristo, Quien era el “Cordero muerto desde la fundación
del mundo”
(Apocalipsis 13:8) por los pecados de todo el mundo—toda la humanidad (I Juan
2:2). Al cumplir esto así como cientos de otras profecías, Dios el Padre demostró
Su amor al enviar a Su Hijo: “Porque
Dios amó tanto al mundo, que dio Su único Hijo engendrado, para que todo el que
crea en Él no pueda morir, sino pueda tener vida eterna. Porque Dios no envió a
Su hijo al mundo para que pudiera juzgar al mundo, sino para que el
mundo pudiera ser salvo a través de Él” (Juan 3:16-17).
El apóstol Pablo escribió
del plan de salvación divino de Dios en la muerte y resurrección de Jesucristo:
“En Quien tenemos redención a
través de Su sangre, incluso la remisión de los pecados, de acuerdo a
las riquezas de Su gracia, la cual ha hecho abundar hacia nosotros en toda
sabiduría e inteligencia; habiéndonos hecho saber el misterio de Su propia
voluntad, de acuerdo a Su buen placer, el cual se propuso en Sí mismo;
que en el plan divino para el cumplimiento de los tiempos… Quien está haciendo todas las cosas de
acuerdo al consejo de Su propia voluntad” (Efesios 1:7-11).
Jesús puso
Su vida voluntariamente: Dado que ningún hombre tiene poder sobre Dios,
ni puede alguien ordenarle a Dios o ejercitar autoridad sobre Él—sea en el
cielo o sobre la tierra—Jesús deja claro que en el cumplimiento del plan de
Dios Él voluntariamente pondría Su propia vida, diciendo, “Yo soy el buen Pastor, y conozco a aquellos
que son Míos, y Soy conocido de aquellos que son Míos.
Exactamente como el Padre Me conoce, Yo también conozco al Padre; y pongo Mi
vida por las ovejas.…
Nadie Me la quita, sino que
Yo la pongo de Mí mismo. Tengo
autoridad para ponerla y autoridad para recibirla de regreso otra vez. Este
mandamiento recibí de Mi Padre” (Juan 10:14, 18).
En la noche de la
última Pascua de Jesús, mientras Él y los apóstoles estaban caminando al Jardín
de Getsemani, Él comenzó a explicarles muchas cosas. Lo mas importante, Él expresó
Su profundo amor por ellos como amigos, por quienes Él iba a poner Su vida: “Este es Mi mandamiento: Que se amen uno al
otro, como Yo los he amado. Nadie tiene más grande amor que este: que uno
ponga su vida por sus amigos. Ustedes son Mis amigos, si hacen cualquier
cosa que les mande. Ya no los llamo mas siervos, porque el siervo no sabe lo
que su maestro está haciendo. Sino los he llamado amigos porque les he hecho
saber todas las cosas que he escuchado de Mi Padre.” (Juan 15:12-15).
A pesar del hecho
que Jesús puso Su vida voluntariamente para sufrir la muerte por golpiza, flagelación
y crucifixión, los hombres quienes estuvieron involucrados tuvieron su parte en
matarlo. Como veremos, ellos fueron instrumentos de Dios para cumplir Su
voluntad. Aquellos involucrados directamente fueron: Judas Iscariote; el sumo
sacerdote Caifás y las autoridades religiosas judías; el gobernador de Roma
Poncio Pilato; el pueblo judío que demandó que Él fuera crucificado; y los
soldados romanos quienes lo golpearon, flagelaron y crucificaron.
Judas
Iscariote: Cuando Jesús escogió personalmente a Judas Iscariote, Él sabía
que él lo traicionaría y entregaría a las autoridades judías y romanas (Marcos
3:19). En otra ocasión, Jesús les dijo a los doce, “ “¿No los escogí a ustedes doce, y uno de
ustedes es un diablo?” Y Él hablaba de Judas Iscariote, el hijo de
Simón; porque él estaba a punto de traicionarlo, siendo uno de los doce” (Juan 6:70-71).
Antes que Judas
Iscariote traicionara a Jesús, él pactó con los sacerdotes jefes para hacerlo así
por treinta piezas de plata—el precio de un esclavo muerto: “Luego uno de los doce, quien era llamado
Judas Iscariote, fue a los sacerdotes jefes, y dijo, “¿Qué están
dispuestos a darme, y yo lo entregaré a ustedes?” Y ellos le ofrecieron treinta
piezas de plata. Y desde ese momento buscó una oportunidad para traicionarlo” (Mateo 26:14-16).
Durante la ultima
Pascua de Jesús, cuando la hora llegó para que Judas lo traicionara, Jesús dijo,
“Verdaderamente les digo, uno
de ustedes Me traicionará, incluso el que está comiendo Conmigo.… El Hijo de hombre ciertamente va,
exactamente como ha sido escrito de Él; ¡pero ay de ese hombre por quien el Hijo de
hombre es traicionado! Sería mejor para ese hombre si él no hubiera nacido” (Marcos 14:18, 21). Luego
Jesús mojó el bocado y lo dio a Judas, y Satanás entro en él. Él inmediatamente
fue a traicionar a Jesús con los sacerdotes (Juan 13:26). A medianoche,
mientras Judas estaba recibiendo la banda de soldados que vinieron a arrestar a
Jesús, Caifás y las autoridades religiosas estaban indudablemente reuniéndose
para su juicio final en contra de Jesús. Por su parte en la muerte de Jesús,
Judas se ahorcó él mismo (Mateo 26:5).
Caifás el
sumo sacerdote y las autoridades religiosas judías: Después del
espectacular milagro de resucitar a Lázaro de los muertos, las autoridades
religiosas judías—los sacerdotes, los levitas, los escribas, los fariseos y los
saduceos—estaban temerosos que los romanos los removerían del poder.
Consecuentemente, ellos mantuvieron un consejo especial y decidieron matar a Jesús:
“Entonces los sacerdotes jefes
y los fariseos se reunieron en un consejo y dijeron, “¿Qué haremos?
Porque este Hombre hace muchos milagros. Si le permitimos continuar en esta
manera, todos creerán en Él, y los romanos vendrán y nos quitarán este lugar y
la nación.” Pero uno de ellos, Caifás, siendo sumo sacerdote ese año, les dijo,
“Ustedes no tienen entendimiento, ni consideran que es mejor para nosotros que
un hombre muera por el pueblo, que esta la nación entera muera.” Y él no dijo
esto de sí mismo, sino siendo sumo sacerdote ese año, él profetizó que Jesús
moriría por la nación; y no solamente por la nación, sino también que Él podía
reunir en uno a los hijos de Dios quienes estaban dispersos fuera. Por lo tanto, desde ese día ellos entraron
en consejo, para poder matarlo” (Juan 11:47-53).
Como los líderes
y la corte suprema de la nación judía, Caifás y las autoridades religiosas del Sanedrín
eran los únicos que tenían autoridad para condenar a Jesús a muerte. Ellos no creían
que Jesús fuera el Hijo de Dios, el Mesías ungido de Dios, y falsamente lo
acusaron de blasfemia cuando Él declaró que lo era (Mateo 26:63-66; Marcos
14:60-64). Aunque Dios el Padre estaba cumpliendo Su voluntad, Caifás y las
autoridades religiosas judías tuvieron su parte en conspirar para matar a Jesús.
Porque a ellos les prohibían los romanos ejecutar a alguien, ellos lo enviaron
a Poncio Pilato para un juicio romano y crucifixión.
Desde el tiempo
de Juan el Bautista hasta Su crucifixión, los sacerdotes y las autoridades
religiosas habían tenido casi cuatro años para arrepentirse y creer que Jesús era
el Cristo—el Mesías ungido de Dios. Porque no lo hicieron, en los días antes
de Su crucifixión, Jesús les dio una advertencia final: “ “¿Nunca han leído las Escrituras, ‘La
Piedra que los constructores rechazaron, esta ha llegado a ser la cabeza
de la esquina. Esto fue del Señor, y es maravilloso a nuestros ojos’?
Por causa de esto, les digo, el reino de Dios será tomado de ustedes, y será
dado a una nación que produzca los frutos de este. Y aquel que caiga
sobre esta Piedra [en
arrepentimiento] será roto;
pero sobre quienquiera que esta caiga [a causa de la falta de arrepentimiento], lo molerá a polvo.” Entonces después de
escuchar Sus parábolas, los sacerdotes jefes y los Fariseos supieron que
estaba hablando acerca de ellos. Y buscaron arrestarlo, pero estaban
asustados de las multitudes, porque ellas lo tenían como un profeta” (Mateo 21:42-46).
Así como no
prestaron atención a la advertencia de Juan el Bautista o a la advertencia de Jesús
durante Su ministerio de tres años y medio, ellos no prestaron atención a Su
advertencia final. Ellos veían a Jesús como un competidor (Juan 12:19) y
principalmente estaban preocupados por mantener su poder y autoridad religiosa.
Aunque algunos creían secretamente que Él era el Mesías, ellos rechazaron
arrepentirse y confesarlo: “Pero
aun así, muchos entre los gobernantes creyeron en Él; pero por causa de los
fariseos ellos no Lo confesaban, para que no fueran sacados de la
sinagoga; porque amaban la gloria de hombres mas que la gloria de Dios” (Juan 12:42-43).
En el acto mas
grande de misericordia, Jesús personalmente les ofreció perdón cuando estaba
muriendo en la cruz mientras ellos se burlaban y lo ridiculizaban (Lucas
23:43), pero no lo aceptaron. Sin embargo, si ellos hubieran escogido
arrepentirse, habrían cumplido la voluntad de Dios para aquellos que se
arrepienten y creen, en vez de recibir el juicio de Dios hacia condena.
Después de la resurrección
de Jesús, a través del testimonio de los apóstoles, los sacerdotes jefes y
autoridades religiosas judías tuvieron muchas oportunidades de arrepentirse y
aceptar el perdón que Jesús les había extendido mientras Él estaba muriendo en
la cruz. En Hechos 4 y 5, los apóstoles fueron arrestados y llevados ante Caifás,
los sacerdotes y el Sanedrín en pleno. Los apóstoles les atestiguaron que Jesucristo
era el Salvador, el Hijo de Dios. Aunque los sacerdotes jefes rechazaron
arrepentirse y creer, una multitud de sacerdotes lo hizo (Hechos 6:7).
Luego, Esteban
fue llevado ante ellos en lo que pudo haber sido el testimonio final de ellos.
Ellos resistieron sus palabras también, y lo mataron como se describe en el
registro de Hechos: “¡Oh
tercos e incircuncisos de corazón y oídos! Ustedes siempre resisten al Espíritu
Santo; como hicieron sus padres, así también hacen ustedes. ¿A
cual de los profetas no persiguieron sus padres? Y ellos mataron a aquellos
que predijeron la venida del Justo, de Quien ustedes han llegado a ser los
traicioneros y asesinos; quienes recibieron la ley por la disposición de
ángeles, pero no la han guardado.”
“Y cuando ellos oyeron estas cosas, fueron
cortados en sus corazones, y rechinaron sus dientes a él. Pero él, estando
lleno con el Espíritu Santo, miró atentamente al cielo y vio la
gloria de Dios, y a Jesús de pie a la mano derecha de Dios. Y dijo, “He
aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo de hombre de pie a la mano
derecha de Dios.” Entonces ellos gritaron con una fuerte voz, y taparon
sus oídos, y se lanzaron sobre él con un acuerdo, y lo echaron de
la ciudad y lo apedrearon. Y los testigos echaron sus vestidos a los
pies de un hombre joven llamado Saulo. Y apedrearon a Esteban, quien clamó a Dios,
diciendo, "Señor Jesús, recibe mi espíritu." Y él cayó a sus rodillas
y clamó con una gran voz, "Señor, no pongas este pecado a su
cargo." Y después que había dicho esto, murió” (Hechos 7:51-60).
Así de caluroso
fue el intercambio entre Esteban y los miembros del Sanedrín, está registrado
que Jesucristo estaba de pie a la mano derecha de Dios en el cielo observando
intensamente transpirar todo el incidente. Sin embargo, ellos todavía no se
arrepintieron ni creyeron. Por tanto, sufrieron el juicio duro de Dios por
rechazar a Jesucristo como el Mesías ungido, el Hijo de Dios, y por instigar Su
muerte por crucifixión. En el 70 d.C., llegó el juicio final de Dios. La
ciudad de Jerusalén y su Templo fueron destruidos por los ejércitos romanos.
Poncio
Pilato, el gobernador romano: Después que Caifás y las autoridades
religiosas habían condenado a Jesús a la muerte, lo llevaron a Poncio Pilato.
El gobernador romano era el único que podía condenar a Jesús a ser crucificado,
como Él había profetizado (Juan 8:28; 12:32, 34). Aunque las historias
seculares registran que Poncio Pilato era un gobernador duro y vicioso, muchos críticos
se han quejado que en la película, La Pasión de Mel Gibson, él
fue representado como un endeble. Mientras es indudablemente cierto que Pilato
era un gobernador opresor y cruel, tales críticas acerca de su débil carácter
revelan una carencia de conocimiento acerca del registro bíblico y el poder de
Dios para ejecutar Su voluntad.
Mientras las
autoridades judías condenaron a Jesús a muerte porque Él reclamaba ser el Hijo
de Dios, cuando llevaron a Jesús ante Pilato falsamente lo acusaron de
subvertir la nación y hacerse a Sí mismo un rey. Cuando Pilato interrogó a Jesús,
él no encontró ninguna falta en Él. Algunas veces Pilato estaba deseoso de
dejarlo ir, sabiendo que los líderes judíos lo habían arrestado por envidia.
Mas aun, la esposa de Pilato tuvo un sueño acerca de Jesús y advirtió a su
esposo de no tener nada que ver con condenar a “este hombre recto” (Mateo
27:19). Jesús también le dijo a Pilato que aquellos quienes lo habían
entregado tenían el pecado mas grande (Juan 19:11).
Para cuando
Pilato ofreció liberar a Jesús, una inmensa multitud que se había reunido
estaba demandando la crucifixión de Jesús y la liberación de Barrabas. Pilato,
queriendo apaciguar a los sacerdotes y a la multitud para evitar un motín, hizo
que golpearan y flagelaran a Jesús. Luego les liberó a Barrabas, y los soldados
llevaron a Jesús a ser crucificado.
Por su parte en
la crucifixión de Jesucristo, Poncio Pilato recibió el juicio de Dios. En el 36
d.C., él fue llamado a Roma por Tiberio por la despiadada masacre de miles de
peregrinos. Sin embargo, Tiberio murió antes que llegara Pilato, y Calígula fue
Emperador. Él exilió a Pilato a Gaul, donde, en desgracia publica, Pilato cometió
suicidio en el 38 d.C.
El pueblo judío:
Ante la incitación de los sacerdotes y las autoridades religiosas, una multitud
del pueblo judío se reunió para demandar que Jesús fuera crucificado. En un espectáculo
público ante el pueblo, Pilato lavó sus manos para demostrar que él era
inocente de la sangre de Jesús—pero no lo era. Toda la gente gritaba, “Su sangre sea sobre nosotros y sobre
nuestros hijos”
(Mateo 27:23).
Hasta el día de
hoy, los judíos detestan y rechazan ese registro. A pesar de todas las
negaciones y reclamación de lo contrario, el registro histórico es verdadero, y
el pueblo si hizo esa declaración. Pero, como veremos, esa declaración no aplica
solo a los judíos en la multitud, quienes pronunciaron aquellas palabras cuando
Jesús fue condenado; eso también aplica a todo ser humano porque todos han
pecado (Romanos 3:9-10, 19) y son culpables de la sangre de Jesucristo. Nunca
debemos olvidar esto, mientras Jesús estaba muriendo en la cruz, Él
personalmente ofreció perdón a aquellos que lo condenaron y participaron en Su
muerte, diciendo, “Padre, perdónalos porque no saben lo que están haciendo.”
Después de la resurrección
de Jesús, perdón fue ofrecido a todos: El día siguiente a la resurrección de Jesús, Él
se reveló a Sí mismo a Sus apóstoles y discípulos y les ordenó predicar el
evangelio del arrepentimiento y remisión de pecados. “Y [Él] les dijo, “De
acuerdo a como esta escrito, era necesario para el Cristo sufrir, y resucitar
de los muertos al tercer día. Y en Su nombre, arrepentimiento y
remisión de pecados deberían ser predicados a todas las naciones, comenzando en
Jerusalén. Porque ustedes
son testigos de estas cosas” (Lucas 24:46-48).
En el Templo en Jerusalén
en el Día de Pentecostés, 50 días después, Dios inspiró a los apóstoles a
predicar arrepentimiento y perdón a los mismos quienes habían matado a Cristo:
“Hombres, Israelitas, escuchen
estas palabras: Jesús el Nazareno, un Hombre enviado a ustedes por Dios, como
se demostró por obras de poder y maravillas y señales, las cuales Dios ejecutó
por Él en medio de ustedes, como ustedes mismos también saben; a Él, habiendo
sido entregado por el plan predeterminado y previo conocimiento de Dios, ustedes
han detenido por manos ilegales y han crucificado y matado. Pero
Dios lo ha levantado, habiendo desatado la agonía de la muerte, porque
no era posible para Él ser mantenido por ella… Por tanto, toda la casa de Israel sepa con plena seguridad que
Dios ha hecho a este mismo Jesús, a Quien ustedes crucificaron,
ambos Señor y Cristo.’
“Entonces
después de oír esto, ellos fueron compungidos del corazón; y dijeron a
Pedro y a los otros apóstoles, “Hombres y hermanos, ¿Qué haremos?”
Entonces Pedro les dijo, ‘Arrepiéntanse y sean bautizados cada uno de
ustedes en el nombre de Jesucristo para la remisión de pecados, y
ustedes mismos recibirán el regalo del Espíritu Santo. Porque la
promesa es para ustedes y para sus hijos, y para todos aquellos que están
lejos, tantos como el Señor nuestro Dios pueda llamar.” Y con muchas otras palabras sinceramente testificó
y exhortó, diciendo, “Sean salvos de esta perversa generación.” Entonces
aquellos que alegremente recibieron su mensaje fueron bautizados; y alrededor
de tres mil almas fueron añadidas ese día” (Hechos 2:22-24, 36-41). Indudablemente, muchos
de aquellos quienes se arrepintieron y fueron bautizados eran los mismos
quienes, menos de dos meses antes, estaban gritando con el resto de la multitud:
“¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”
Dos veces en las
semanas y meses que siguieron, los apóstoles fueron arrestados por las
autoridades por ejecutar milagros y predicar la resurrección de Jesucristo. Cuando
ellos fueron traídos ante los sacerdotes jefes y el Sanedrín lleno de líderes
religiosos, los apóstoles les atestiguaron que ellos eran responsables por
matar a Jesús (Hechos 4:6-23; 5:17-23). Ellos no se arrepintieron a pesar del
testimonio de los apóstoles.
Sin embargo, solo
en Jerusalén, mientras los apóstoles continuaron predicando, sanando a los
enfermos y ejecutando milagros “…la Palabra de Dios se difundía, y el número de los
discípulos en Jerusalén fue multiplicado excesivamente, y una gran multitud de
los sacerdotes fueron obedientes a la fe” (Hechos 6:7). Miles de judíos creyeron, se
arrepintieron y recibieron perdón, llegaron a ser herederos de salvación a través
de Jesucristo—Aquel a quien ellos habían asesinado.
Infortunadamente,
la mayoría de los líderes religiosos judíos no se arrepintieron. Sin embargo,
Dios les dio un tercer testimonio poderoso a través de Esteban, cuyo testimonio
punzante los movió a matarlo (Hechos 7). Después que Esteban fue martirizado,
los judíos lanzaron una persecución mayor contra los cristianos judíos (Hechos
8 y 9).
En Su
misericordia, Dios dio el descanso a la nación judía de 40 años para
arrepentirse y creer. Miles lo hicieron, pero la mayoría no. Consecuentemente,
y conforme a las profecías de Jesús, los ejércitos romanos destruyeron el
Templo y Jerusalén. Cientos de miles de judíos murieron, y los sobrevivientes
fueron llevados en cautividad y dispersados a través del Imperio Romano.
Conforme a la
advertencia final de Jesús, aquellos quienes estuvieron involucrados
directamente en Su crucifixión y quienes no se arrepintieron sufrieron el
juicio de Dios. Aquellos que aceptaron Su perdón cuando los apóstoles les
predicaron recibieron misericordia y remisión de pecados a través de Su
sacrificio, como dijo Jesús en Su advertencia final, “Y aquel que caiga sobre esta Piedra será
roto [en
arrepentimiento]; pero sobre
quienquiera que ésta caiga, lo molerá a polvo” (Mateo 21:44).
Una perspectiva Bíblica de
quien mató a Jesucristo
Desde un punto de
vista humano, es natural pensar que la culpa y condenación más grande debería
ser colocada sobre aquellos quienes estaban involucrados directamente en la
muerte de Jesús. Eso puede ser cierto; sin embargo, necesitamos recordar que ellos
estaban ejecutando la voluntad de Dios cumpliendo las muchas profecías acerca
del Mesías, aunque ellos no lo entendían.
Antes que Jesús fuera
crucificado, Él fue golpeado y flagelado, como Isaías profetizó (Isaías
50:7-8). Su flagelación fue tan viciosa que Jesús fue difícilmente
reconocible. Su cuerpo fue literalmente rasgado en tiras, con Su carne colgando
de los azotes de los látigos de flagelación, exponiendo Sus costillas (Isaías
52:14; Salmo 22:17). Jesús fue golpeado porque Dios el Padre puso sobre Él los
pecados de todo el mundo (Isaías 53:5-6, 11). Él fue llevado como un cordero
al matadero (Isaías 53:7).
El apóstol Juan escribió
que aquellos que condenaron a Jesús a morir estaban cumpliendo la voluntad de
Dios. Después que Caifás y el Sanedrín lo condenaron: “Entonces, llevaron a Jesús de Caifás a la
sala de juicio, y era temprano.… Por tanto,
Pilato salió a ellos y dijo, “¿Qué acusación traen contra éste hombre?”
Ellos respondieron y le dijeron, “Si Él no fuera un malhechor, no te lo
habríamos entregado.” Entonces Pilato les dijo, “Tómenlo y júzguenlo de acuerdo
a su propia ley.” Pero los judíos le dijeron, “No es legal para nosotros
condenar a muerte a nadie”; para que el dicho de Jesús pudiera ser cumplido,
el cual Él había hablado para indicar por que muerte Él iba a morir” (Juan 18:28-32).
Bajo
interrogatorio, Jesús le dijo a Pilato que Él en verdad había nacido para ser
un rey, pero Su reino no era de este mundo. Después que Pilato escuchó esto salió
nuevamente y le dijo a los judíos que él no encontraba falta en Él. Pero la
multitud no lo escuchó y demandó que Jesús fuera crucificado y Barrabas
liberado (versos 33-40).
“Entonces Pilato por tanto tomó a Jesús y lo
flageló. Y tras bosquejar una corona de espinas, los soldados la
pusieron sobre Su cabeza; y tiraron un manto púrpura sobre Él, y estuvieron
diciendo, “¡Salve, Rey de los Judíos!” Y lo golpearon con las palmas de sus
manos. Luego Pilato salió nuevamente y les dijo, “He aquí, lo traigo a ustedes,
para que puedan saber que no encuentro ninguna culpa en Él.” Entonces Jesús
salió, vistiendo la corona de espinas y el manto púrpura; y él les dijo, “¡He
aquí el Hombre!”
“Pero cuando los sacerdotes jefes y los
oficiales lo vieron, gritaron en alta voz, diciendo, “¡Crucifíquenlo,
crucifíquenlo!” Pilato les dijo, “Tómenlo y crucifíquenlo porque yo no
encuentro ninguna falta en Él.” Los judíos le respondieron, “Tenemos una ley, y
de acuerdo a nuestra ley es obligatorio que él muera, porque Él se hizo a Sí
mismo el Hijo de Dios.” Por tanto, cuando Pilato escuchó este dicho, él
estaba aun más asustado. Y él entró a la sala de juicio nuevamente, y le dijo a
Jesús, “¿De dónde has venido?” Pero Jesús no le dio una respuesta.
“Entonces Pilato le dijo, “¿Por qué no me
hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y autoridad para
liberarte?” Jesús le respondió, “Tú no tendrías ninguna autoridad contra
Mí si ésta no te fuera dada desde arriba. Por esta razón, el que Me entregó a
ti tiene el pecado mas grande.”
“A causa de este dicho, Pilato trató
de liberarlo; pero los judíos gritaban, diciendo, “Si tú liberas a este Hombre,
no eres un amigo de Cesar. Todo el que se hace a sí mismo un rey habla contra
Cesar.” Por tanto, tras escuchar este dicho, Pilato llevó afuera a
Jesús, y se sentó en la silla de juicio en un lugar llamado el
Pavimento; pero en hebreo, Gabata.… Y
él les dijo a los judíos, “¡He aquí su Rey!” Pero ellos gritaron en alta
voz, “¡Fuera, fuera con Él! ¡Crucifíquenlo!” Pilato les dijo, “¿Debería
yo crucificar a su Rey?” Los sacerdotes jefes respondieron, “No tenemos rey
sino Cesar.” Por tanto, él entonces lo entregó a ellos para que Él pudiera ser
crucificado. Y ellos tomaron a Jesús y lo llevaron fuera [para ser crucificado]”
(Juan 19:1-16).
Así todos
aquellos involucrados en la muerte de Jesucristo estaban inconscientemente cumpliendo
las Escrituras. Juan escribió en siete lugares adicionales que todo fue hecho
para cumplir la voluntad y la Palabra de Dios (Juan 12:38; 15:25; 17:12; 18:9;
19:24, 28, 36). Aunque estaban ejecutando la voluntad de Dios, ellos aun eran
culpables y serían hechos responsables por participar directamente en el
asesinato de Cristo. Sin embargo, como hemos visto, Jesús les ofreció perdón
mientras Él estaba muriendo en la cruz porque lo que ellos habían hecho no era
un pecado imperdonable.
Una vista profética de
aquellos involucrados directamente en crucificar a Jesús
El apóstol Pablo escribió
en el libro de Hebreos, “Pero
ahora, una vez y por todos, en la terminación de las eras, Él ha sido
manifestado para el propósito de remover el pecado a través de Su
sacrificio de Sí mismo.… Por Cuya
voluntad somos santificados a través de la ofrenda del cuerpo de Jesucristo una
vez por todas”
(Hebreos 9:26; 10:10). El sacrificio único de Jesucristo fue la única ofrenda
por el pecado para todo tiempo—todo pecado humano—pasado, presente y futuro.
Desde el comienzo
los apóstoles tuvieron una vista profética del sacrificio de Jesucristo porque después
de Su resurrección Él abrió sus mentes para entender las Escrituras (Lucas
24:44-45). Cuando los apóstoles fueron arrestados y aparecieron ante el Sanedrín,
dieron un profundo testimonio de Jesucristo (Hechos 4:5-23). Después que
volvieron, reportaron a los hermanos todo lo que había transpirado, y todos
ellos alabaron a Dios refiriéndose al Salmo dos: “Y cuando escucharon esto, levantaron
sus voces a Dios con un acuerdo y dijeron, “Oh Maestro, Tú eres
el Dios Quien hizo los cielos y la tierra y el mar, y todo lo que está
en ellos, Quien por la boca de Tu siervo David dijo, ‘¿Por qué las
naciones rabian insolentemente, y el pueblo imagina cosas vanas? Los reyes de la tierra se pararon, y
los gobernadores fueron reunidos juntamente contra el Señor y contra Su
Cristo.’ Porque de una verdad se reunieron juntamente contra Su Hijo santo,
Jesús, a Quien Tu ungiste, ambos Herodes y Poncio Pilato, con los
gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cualquier cosa que Tu
mano y Tu consejo había predeterminado para tener lugar” (Hechos 4:24-28).
Es claro a partir
de estas Escrituras que desde una vista profética, aquellos involucrados
directamente en matar a Jesucristo representaban más que ellos mismos.
Caifás y
los gobernadores religiosos: Mientras el sacerdocio y los lideres
religiosos tenían la ley de Moisés y el orden del servicio en el Templo de Dios
en Jerusalén, ellos en realidad rechazaron los mandamientos de Dios al observar
sus propias tradiciones como dijo Jesús: “Bien profetizó Isaías concerniente a ustedes hipócritas, como está
escrito, ‘Este pueblo Me honra con sus labios, pero sus corazones están lejos
de Mí.’ Pero en vano Me adoran, enseñando por doctrina los mandamientos
de hombres. Por dejar el mandamiento de Dios, ustedes se aferran a la tradición
de hombres,… Muy bien rechazan el mandamiento de Dios,
para poder guardar su propia tradición” (Marcos 7:6-9).
Por eso ellos no
eran diferentes a las religiones paganas del mundo. Como tal entonces, el judaísmo
apostata, en tipo profético representaba todas las religiones del mundo en
las personas de Caifás y los lideres religiosos.
Poncio
Pilato y Herodes: Dios le dio al profeta Daniel las profecías de todos
los gobiernos del mundo desde el reinado de Nabuconodosor rey de Babilonia
hasta el regreso de Jesucristo. En el tiempo de Jesús, el Imperio Romano,
representado por la cuarta bestia de Daniel 7, era el poder reinante en el
mundo. Por tanto, como gobernadores de Roma, Poncio Pilato y Herodes en tipo
profético representaban a todos los gobiernos y naciones del mundo.
El pueblo judío:
El pueblo judío viviendo en Judea y Jerusalén, la ciudad donde Dios había
colocado Su nombre, era el remanente de las doce tribus de Israel. Sin
embargo, la multitud de judíos, quienes se habían reunido ante Pilato para
demandar que Jesús fuera crucificado, en tipo profético representaban a todos
los pueblos del mundo.
Así, el Salmo dos
fue cumplido cuando Jesucristo fue condenado a muerte y crucificado en aquel fatídico
día—la Pascua del 30 d.C.
Todo ser humano tuvo una parte
en la muerte de Jesucristo
¿Cómo pueden
aquellos quienes no estaban allí o no habían aun siquiera nacido ser tenidos
responsables? Dios había decretado, “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). “Todo aquel que practica pecado está también
practicando ilegalidad, pues pecado es ilegalidad” (I Juan 3:4).
En su epístola a
los Romanos, Pablo escribió, “Porque
todos hemos pecado, y estamos destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Dado
que Cristo murió por los pecados de todo el mundo (I Juan 2:2), esto significa
que todos son culpables de la muerte de Jesucristo—culpables de la sangre de Jesucristo—y
no tan solo los judíos que pronunciaron las palabras, “Su sangre sea sobre
nosotros y sobre nuestros hijos.” Hablando espiritualmente, a causa del
pecado, todos los seres humanos tienen la sangre de Jesucristo sobre ellos.
Pablo acusa que
todos estamos bajo pecado—judíos y gentiles—y nadie está exento: “…ya hemos acusado a ambos judíos y
gentiles—TODOS—con estar bajo pecado, exactamente como está escrito:
“Porque no hay un justo—¡ni siquiera uno! No hay uno que entienda; no hay uno
que busque a Dios.…
Entonces, sabemos que
cualquier cosa que la ley diga, habla a aquellos que están bajo la ley [porque todos han pecado], para que toda boca pueda ser cerrada, y
todo el mundo pueda llegar a ser culpable delante de Dios” (Romanos 3:9-11, 19).
El apóstol Pedro
escribió: “Cristo también
sufrió por nosotros, dejándonos un ejemplo, que deberían seguir en Sus pasos;
Quien no cometió pecado; ni fue encontrado engaño en Su boca; Quien, cuando fue
insultado, no insultó en retorno; cuando sufría, no amenazaba, sino se
encomendaba Él mismo a Quien juzga justamente; Quien llevó Él mismo
nuestros pecados en Su propio cuerpo sobre el árbol [la cruz]…. Porque Cristo
en verdad sufrió una vez por los pecados, el Justo por el
injusto, para que Él pudiera traernos a Dios; por un lado, Él fue condenado a
muerte en la carne; pero por otro lado, Él fue vivificado por el
Espíritu” (I
Pedro. 2:21-24; 3:18).
¿Quien es
culpable de la muerte de Jesucristo? ¡Todo el mundo! No fueron solo aquellos
quienes estuvieron involucrados directamente cuando Jesús fue crucificado, sino
comenzando con Adán y Eva, todo ser humano—pasado, presente y futuro—es
culpable de matar a Jesucristo. Todos los pueblos, todas las naciones, todas
las religiones son culpables de la muerte de Jesucristo porque están caminando
contrario a las leyes y mandamientos de Dios. Ellos han sido engañados por Satanás
el diablo, quien es el dios de este mundo (Apocalipsis 12:9; II Corintios 4:4).
A causa de esta condición
humana, el amor de Dios el Padre y Jesucristo fue demostrado no solo porque Jesús
colocó Su vida para morir sino también porque Él lo hizo así mientras éramos
aun enemigos de Dios: “Porque
aun cuando estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado Cristo murió por los
impíos. Porque raramente alguien morirá por un hombre justo, aunque de
pronto alguien pueda tener el coraje incluso de morir por un buen hombre. Pero
Dios nos encomienda Su propio amor porque, cuando éramos aun pecadores, Cristo
murió por nosotros”
(Romanos 5:6-8)
El significado
completo del día que Jesús el Cristo murió—como nuestro Cordero de Pascua en el
día de la Pascua—es resumido por el apóstol Pablo cuando escribió a los
gentiles en Corinto: “Porque
Él hizo a Quien no conoció pecado ser pecado por nosotros, para que
pudiéramos llegar a ser la justicia de Dios en Él” (II Corintios 5:21).