CAPITULO
DIEZ
(Tomado
del libro “El día que Jesús el Cristo murió.”)
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El
significado de la Sangre
de Jesús el
Cristo
Por
Fred
R. Coulter
www.iglesiadedioscristianaybiblica.org
Nota: Todas las Escrituras han sido traducidas de The Holy
Bible In Its Original Order (La Santa Biblia en Su orden Original),
segunda edición.
El Nuevo Pacto
fue sellado con la sangre de Jesucristo, “...el Cordero de Dios, Quien quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Su sangre
derramada es simbolizada por el vino del que todo cristiano verdadero participa
durante la ceremonia de la Pascua Cristiana. Cuando Jesús instituyó esta
ceremonia, Él “tomó la copa; y
después de dar gracias, la dio a ellos, diciendo, “Todos ustedes beban
de ella; porque esta es Mi sangre, la sangre del Nuevo Pacto, la cual
es derramada por muchos para la remisión de pecados” (Mateo 26:27-28).
Al ofrecer Su
propia sangre, Jesús compró la remisión de pecados para todo tiempo: “...sin el derramamiento de sangre no
hay remisión de pecados.… Pero ahora,
una vez y por todas, en la terminación de las eras, Él ha sido
manifestado para el propósito de remover el pecado a través de Su
sacrificio de Si mismo” (Hebreos 9:22, 26). La sangre de Jesucristo fue derramada
para remover los pecados de toda la humanidad. Pero Jesucristo es un salvador personal,
lo cual significa que Su sangre debe ser imputada individualmente a cada uno de
los que se arrepienten de pecar y creen en Él: “...Esta copa es el Nuevo Pacto en Mi
sangre, la cual es derramada por ustedes” (Lucas 22:20).
Cada cristiano
que participa de la pequeña copa de vino durante el servicio de la Pascua
Cristiana está simbolizando su aceptación de la sangre derramada de Jesucristo para
el perdón de pecados y la salvación de la pena de muerte. Por participar del
vino y el pan sin levadura, cada uno está reconociendo su fe personal en la
sangre derramada y el cuerpo roto de Jesucristo, lo cual puede traer vida
eterna. Jesús Mismo dijo, “...a menos que coman la carne del Hijo de hombre, y beban Su sangre,
no tienen vida en sí mismos” (Juan 6:53).
La sangre de Jesucristo
obra en muchas formas poderosas para traer vida eterna a aquellos quienes
aceptan Su sacrificio. Esta obra comenzó con el establecimiento del Nuevo Pacto
y continuará hasta el regreso de Jesucristo.
El múltiple significado de la Sangre de Jesucristo
Examinemos las
muchas formas en las que la sangre de Jesucristo está cumpliendo la promesa de salvación
y vida eterna:
1) Jesucristo ratificó
el Nuevo Pacto con Su sangre: En la institución de la Pascua Cristiana, Jesús
dijo, “Esta copa es el
Nuevo Pacto en Mi sangre, la cual es derramada por ustedes” (Lucas 22:20).
Ningún pacto
puede ser establecido sin un sacrificio de sangre. Cuando Dios estableció Su
pacto con Abraham, Él lo ratificó al pasar entre las mitades de los animales
del sacrificio (Génesis 15:17-18). Este pacto fue el fundamento de ambos el
Antiguo Pacto con la simiente física de Abraham y el Nuevo Pacto con la
simiente espiritual.
Cuando el Antiguo
Pacto fue establecido, el pueblo de Israel acordó obedecer todos los
mandamientos, leyes y estatutos de Dios, los cuales fueron escritos en el libro
del pacto, conocido como “el libro de la ley.” El pacto fue entonces ratificado
con la sangre de animales: “Y
Moisés tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la mitad de
la sangre la roció sobre el altar. Y tomó el libro del pacto, y leyó a los
oídos de la gente. Y ellos dijeron, “Todo lo que el SEÑOR ha dicho haremos, y
seremos obedientes.” Y Moisés tomó la sangre y la roció sobre la gente,
y dijo, “He aquí la sangre del pacto, el cual el SEÑOR ha hecho con ustedes
concerniente a todas estas palabras.” ” (Éxodo 24:6-8). La sangre de los animales del
sacrificio representaba la muerte que sería requerida para cada persona que rompiera
el pacto.
El Antiguo Pacto
fue roto incontable veces durante la historia del pueblo de Israel y Judá. Al
romper el pacto, el pueblo perdió su derecho a las bendiciones de Dios y
trajeron para sí mismos las maldiciones del pacto, las cuales incluían la sentencia
de muerte. Para redimirlos de la maldición de la muerte, Jesucristo, el Señor
Dios del Antiguo Testamento, sacrificó Su vida. Como el Dios Quien había
establecido el pacto, Él tenía el poder para terminarlo con Su muerte. A través
de Su muerte, Él estableció el Nuevo Pacto, el cual ofrece vida eterna.
Como las palabras
del Antiguo Pacto, las palabras del Nuevo Pacto fueron registradas en el Nuevo Testamento.
Los libros del Nuevo Testamento revelan la forma para entrar en el Nuevo Pacto
y recibir la promesa de vida eterna. Esta promesa fue sellada con la sangre de Jesucristo.
Dios Mismo, Quien no puede mentir, garantizó la promesa de salvación con Su
propia sangre y está ahora cumpliendo activamente esa promesa al servir como
Mediador del pacto. Todo pecador puede ser reconciliado con Dios el Padre al
venir a “...Jesús, el Mediador del Nuevo Pacto; y a la aspersión de la
sangre de ratificación, proclamando cosas superiores que esas de Abel.” (Hebreos 12:24).
2) Jesucristo redime
a los pecadores y remueve pecados a través de Su sangre: La palabra
“redimir” significa comprar de regreso lo que ha sido vendido. Todos los seres
humanos han sido “vendidos al pecado” por la trasgresión de los mandamientos y
leyes de Dios (Romanos 3:23; 7:14, I Juan 3:4). Al llegar a ser los siervos
del pecado, todos han ganado la pena de muerte (Romanos 6:16, 23). El único escape
de esta muerte es a través de Jesucristo, Quien pagó el precio por la redención
de cada ser humano con Su crucifixión y muerte: “...el Hijo de hombre no vino a ser servido,
sino a servir, y a dar Su vida como un rescate por muchos” (Mateo 20:28).
Jesucristo sacrificó
Su propia vida como el Cordero de Pascua de Dios (I Corintios 5:7). Su sacrificio
único perfecto compró la redención por los pecadores a través de todas las eras:
“Pero Cristo mismo se ha
convertido en Sumo Sacerdote de las buenas cosas venideras, a través de un
tabernáculo más grande y perfecto, no hecho por manos humanas (esto es,
no de esta creación física presente [el templo en Jerusalén antes de su destrucción]). No por la sangre de machos
cabríos y terneros, sino por los medios de Su propia sangre, Él entró
una vez por todas en el santísimo [en la presencia de Dios el Padre, como la ofrenda
perfecta y completa por el pecado], habiendo por Si mismo asegurado redención eterna para
nosotros.”
(Hebreos 9:11-12).
Todo el que es
redimido por la sangre de Jesucristo recibe perdón de pecados: “...en donde [Dios el Padre] nos ha hecho objetos de Su gracia en
el Amado Hijo; en Quien tenemos redención a través de Su sangre, incluso
la remisión de los pecados, de acuerdo a las riquezas de Su gracia” (Efesios 1:6-7). Cuando
una persona se arrepiente verdaderamente de sus pecados y acepta el sacrifico
de Jesucristo, Dios el Padre cuenta todo pecado que la persona ha cometido como
pagado totalmente por la sangre de Su propio Hijo. Todo aquel que es redimido
por la sangre de Jesucristo es liberado de la propiedad del pecado y de la pena
de muerte (Romanos 5:21; 6:1-4). Él no es mas propiedad y esclavo del pecado,
sino ha llegado a ser propiedad y siervo de Jesucristo y Dios el Padre (Romanos
6:18, 22).
Los cristianos
quienes están caminando en la luz de la Palabra de Dios al seguir el ejemplo de
Jesucristo continuarán recibiendo perdón a través de Su sangre cuando ellos
tropiezan y pecan: “Sin
embargo, si caminamos en la luz, como Él está en la luz, entonces
tenemos compañerismo unos con otros, y la sangre de Jesucristo, Su propio
Hijo, nos limpia de todo pecado. Si
decimos que no tenemos pecado, estamos engañándonos a nosotros mismos, y la
verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros propios pecados, Él es
fiel y justo, para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia” (I Juan 1:7-9).
3) Jesucristo justifica
y santifica a los pecadores a través de Su sangre: El regalo de justificación
delante de Dios el Padre viene a través de la fe en la sangre de Jesucristo:
“...habiendo sido justificados
por fe...
Pero Dios nos encomienda Su propio
amor porque, cuando éramos aun pecadores, Cristo murió por nosotros. Mucho mas,
por tanto, habiendo sido ahora justificados por Su sangre, seremos salvos de la
ira por medio de Él”
(Romanos 5:1, 8-9). Justificación significa que una persona ha sido colocada
en posición correcta con Dios y es contado inocente ante Dios el Padre. Esta
correcta posición con Dios el Padre es hecha posible a causa de que la justicia
de Jesucristo es imputada o atribuida al individuo.
La justificación a
través de la sangre de Jesucristo es otorgada solo a aquellos que se
arrepienten de sus pecados y transgresiones de las leyes de Dios: “Porque los oidores de la ley no son
justos [justificados]
delante de Dios, sino los
hacedores de la ley [los
que están guardando los mandamientos de Dios] serán justificados” (Romanos 2:13).
Todo creyente que
se arrepiente de pecar y es bautizado en el nombre de Jesucristo recibe justificación
completa ante Dios: “...pero
ustedes fueron lavados, fueron santificados, fueron justificados
en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (I Corintios 6:11). En
el bautismo, el creyente no solo recibe justificación, sino también es
santificado ante Dios el Padre. La sangre de Jesucristo hace posible esta santificación:
“Por esta razón, Jesús, para
que pudiera santificar al pueblo por Su propia sangre, también sufrió fuera de
la puerta”
(Hebreos 13:12).
Ser “santificado”
significa ser puesto aparte para un uso y propósito santo. La oración de Jesús
en Su ultima noche de Pascua muestra que todo verdadero creyente está siendo
santificado por la Palabra de Dios: “Santifícalos en Tú verdad; TÚ PALABRA ES LA VERDAD” (Juan 17:17). Todo
aquel que cree verdaderamente en Jesucristo y es santificado a través de Su
sangre es colocado aparte por la Palabra de Dios y por el Espíritu Santo.
4) Jesucristo
purifica la conciencia y trae paz con Dios a través de Su sangre: Paz con
Dios el Padre es posible solo a través de la sangre de Jesucristo: “Porque agradó al Padre que en Él
toda la plenitud debería vivir; y, habiendo hecho paz a través de la sangre de
Su cruz…”
(Colosenses 1:19-20). La sangre de Jesucristo trae paz con Dios al remover la
enemistad que es causada por pecar: “Porque Él es nuestra paz... habiendo anulado en Su carne la enemistad…” (Efesios 2:14-15).
Jesús remueve
esta enemistad al purificar la mente de aquel que se ha arrepentido de pecar: “Porque si la sangre de cabríos y toros, y las
cenizas de una novilla rociadas sobre aquellos quienes están manchados,
santifica para la purificación de la carne, a un grado mucho mas grande, la
sangre de Cristo, Quien a través del Espíritu eterno se ofreció a Si
mismo sin mancha a Dios, purificará sus conciencias de obras muertas [obras que llevan a la
muerte] para servir al
Dios vivo”
(Hebreos 9:13-14).
Aquellos cuyas
conciencias han sido purificadas de las obras de la carne no son mas enemigos
de Dios porque no están mas “alienados …por obras malignas” (Colosenses 1:21). Ellos
han abandonado el camino de pecado para comenzar una nueva vida de justicia,
aprendiendo a hacer las buenas obras que Dios ha ordenado: “Porque somos Su hechura, creados en Cristo
Jesús hacia las buenas obras que Dios ordenó de antemano para que
pudiéramos caminar en ellas” (Efesios 2:10). Por guardar los mandamientos de Dios con
una consciencia pura, los verdaderos cristianos están manifestando el amor que
Dios desea: “Pues el
propósito del mandamiento es amor procedente de un corazón puro, y una buena
conciencia, y fe genuina” (I Timoteo 1:5).
5) Jesucristo da
acceso directo a Dios el Padre a través de Su sangre: El apóstol Pablo
declara, “Pero ahora en Cristo
Jesús, ustedes quienes estuvieron una vez lejos son acercados por la sangre de
Cristo” (Efesios
2:13).
En su epístola a
los Hebreos, Pablo revela que aquellos cuyas conciencias han sido purificadas
por la sangre de Jesucristo tienen acceso directo a Dios el Padre: “Por tanto, hermanos, teniendo confianza de
entrar en el verdadero santísimo [en la presencia de Dios el Padre en el cielo
arriba] por la sangre de
Jesús, según una forma nueva y viva, la cual Él consagró por nosotros a través
del velo (esto es, Su carne), y teniendo un gran Sumo Sacerdote sobre la
casa de Dios, aproximémonos a Dios con verdadero corazón, con completa
convicción de fe, habiendo sido purificados [por la sangre de Jesús] nuestros corazones de una conciencia
maligna, y nuestros cuerpos habiendo sido lavados con agua pura. Retengamos sin
vacilación la esperanza que profesamos, porque Quien prometió es fiel” (Hebreos 10:19-23).
Durante Su
ministerio, Jesús Mismo reveló que Sus seguidores recibirían acceso directo a
Dios el Padre: “En ese día [después de la resurrección
de Jesús], ustedes pedirán en
Mi nombre; y no les digo que rogaré al Padre por ustedes, Porque el Padre mismo
los ama, porque ustedes Me han amado, y han creído que salí de Dios” (Juan 16:26-27). Desde
el tiempo de la ascensión de Jesús al cielo, a todo cristiano le ha sido dada
autoridad para aproximarse al Padre en Su nombre. El único intermediario entre
los cristianos y Dios el Padre es Jesucristo, Quien intercede como Sumo
Sacerdote para remover pecados con Su propia sangre.
Los cristianos
verdaderos no tienen necesidad de un sacerdocio de hombres, ni de un templo en
el cual adorar a Dios. No solo tienen acceso directo al trono de Dios el Padre
en el cielo, sino que también Él habita dentro de ellos a través del Espíritu
Santo: “...Porque ustedes son
templo del Dios vivo, exactamente como Dios dijo: “Viviré en ellos y caminaré
en ellos; y seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo. ...Y seré un Padre para ustedes, y ustedes
serán Mis hijos e hijas,” dice el Señor Todopoderoso” (II Corintios 6:16, 18).
6) Jesucristo está
construyendo la Iglesia a través de Su sangre: Todo cristiano quien ha sido
engendrado por el Espíritu Santo de Dios el Padre llega a ser un miembro de la
familia de Dios (Efesios 3:14-15). Cada uno es un hijo de Dios el Padre y
puede llamarlo a Él, “Abba, Padre”
(Romanos 8:15). Esta nueva relación con el Padre muestra el amor de Dios a través
de Jesucristo, cuya sangre hace posible que los seres humanos lleguen a ser los
hijos de Dios: “¡He aquí!
¡Que glorioso amor nos ha dado el Padre, que deberíamos ser llamados los
hijos de Dios!”
(I Juan 3:1).
Cada cristiano está
unido al cuerpo de Jesucristo en el bautismo. Cuando un creyente es bautizado, él
o ella es bautizado en el pacto de muerte de Jesucristo. En este pacto de
muerte simbólico, el creyente es unido con el cuerpo de Jesucristo, siendo
sepultado con Él en la tumba bautismal y luego levantándose con Él a una nueva
vida (Romanos 6:3-4). Al recibir el Espíritu Santo a través de la imposición
de manos, todos los creyentes llegan a ser miembros del cuerpo de Jesucristo (I
Corintios 12:27). Este cuerpo está compuesto de todos los cristianos
engendrados espiritualmente y constituyen la verdadera Iglesia (Efesios
1:22-23).
La Iglesia le
pertenece a Dios el Padre, Quien ha hecho a Jesucristo su Cabeza, habiéndola
comprado con Su propia sangre. Pablo le dijo a los ancianos de Éfeso, “Por tanto presten atención a ustedes mismos
y a todo el rebaño, entre el cual el Espíritu Santo los ha hecho supervisores,
para alimentar a la iglesia de Dios, la cual Él compró con Su propia
sangre” (Hechos
20:28).
Todos los
miembros de la verdadera Iglesia de Dios pertenecen a Dios el Padre. Ellos ya
no son más propiedad del pecado—ni son propiedad de hombre alguno u organización
de hombres. Ellos son propiedad e hijos de Dios el Padre, y Jesucristo es la
Cabeza de ellos.
7) Jesucristo libra
a los cristianos de Satanás el diablo a través de Su sangre: Todo
cristiano que ha sido redimido del pecado por la sangre de Jesucristo también ha
sido liberado del poder de Satanás: “Dando gracias al Padre, Quien nos ha hecho calificados para la
participación de la herencia de los santos en la luz; Quien nos ha rescatado
personalmente del poder de la oscuridad y nos ha transferido al
reino del Hijo de Su amor; en Quien tenemos redención a través de Su propia
sangre, incluso la remisión de pecados” (Colosenses 1:12-14).
Satanás es la
gran fuerza del mal, el príncipe de poder del aire, quien cautiva las mentes y
corazones de la gente y los atrae al pecado (Efesios 2:1-2). Él es, de hecho,
el dios de este mundo (II Corintios 4:4).
Satanás es
ayudado por un ejercito de espíritus seductores en su esfuerzo de engañar a la
gente de este mundo: “Y todo
espíritu que no confiese que Jesucristo ha venido en la carne no es de Dios. Y
este es el espíritu de anticristo, el cual oyeron que iba
a venir, e incluso ahora ya está en el mundo. Ustedes son de Dios, pequeños
hijos, y los han vencido porque mas grande es Quien está en ustedes [la morada del Espíritu
Santo de Dios el Padre] que
aquel que está en el mundo” (I Juan 4:3-4).
Todo cristiano
quien ha sido engendrado por el Espíritu Santo de Dios ha sido librado del
poder de Satanás. Pero Satanás no se rinde en aquellos que se vuelven del
camino de pecado y desobediencia. Todo cristiano debe estar en guardia
constante contra los engaños de Satanás y debe usar el poder total de Dios y
todas las armas espirituales que Él provee para resistir al diablo (Efesios
6:10-18, I Pedro 5:8-9). Los cristianos deben acercarse a Dios diariamente, no
sea que sean atraídos a la tentación y al pecado. Si pecan, se deben arrepentir
y pedirle a Dios el Padre que los limpie de sus pecados a través de la sangre
de Jesucristo (I Juan 1:7-9).
La limpieza por
la sangre de Jesucristo es un proceso de toda la vida. Es esta aplicación
continua de la sangre de Jesucristo lo que le da a cada cristiano la victoria
sobre Satanás y sus maquinaciones: “Y el gran dragón fue echado fuera, la serpiente antigua que es
llamada el diablo y Satanás, quien está engañando al mundo entero; fue echado
abajo a la tierra, y sus ángeles [espíritus malignos, o demonios] fueron echados abajo con él. Y oí una gran
voz en el cielo decir, “Ahora ha venido la salvación y el poder y el
reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo porque el acusador de
nuestros hermanos ha sido echado abajo, quien los acusa día y noche delante de
nuestro Dios.’
Pero ellos lo vencieron [a Satanás, el diablo] a través de la sangre del Cordero, y a través de la palabra de su
testimonio; y no amaron sus vidas hasta la muerte” (Apocalipsis 12:9-11).
8) Jesucristo está
perfeccionando a los cristianos a través de Su sangre: Como seres humanos,
con la ley de pecado y muerte dentro de nuestra carne, ninguno de nosotros es perfecto.
Pero para entrar al Reino de Dios, debemos todos llegar a ser espiritualmente
perfectos, como lo es Dios: “Por tanto, serán perfectos, incluso como su Padre
que está en el cielo es perfecto” (Mateo 5:48).
Nada de lo que
hacemos por nosotros mismos puede hacernos perfectos ante Dios el Padre. El
patriarca Job aprendió ésta lección por experiencia propia (Job 9:20; 40:9-14;
42:1-6). Ninguna cantidad de poder de voluntad humana y obras pueden traer perfección
espiritual. La única forma de alcanzar perfección espiritual es a través de la
sangre de Jesucristo, la cual nos habilita para recibir el don del Espíritu
Santo de Dios el Padre. La morada del Espíritu Santo nos da el poder para
llegar a ser como Jesucristo, Quien Él mismo alcanzó perfección espiritual al
vencer las tentaciones de la carne (Hebreos 5:8-9).
El mismo propósito
para la venida de Jesucristo en la carne fue traer a los seres humanos a la perfección
al reconciliarlos con Dios el Padre: “Y, habiendo hecho paz a través de la sangre de Su cruz,… Él los ha reconciliado en el cuerpo
de Su carne a través de muerte, para presentarlos santos e irreprochables e
intachables delante de Él [Dios el Padre];
si ciertamente continúan
encallados y firmes en la fe, y no son alejados de la esperanza del evangelio,
la cual han oído,…
incluso el misterio que ha estado escondido desde
siglos y desde generaciones, pero que ha sido revelado ahora a Sus
santos; a quienes Dios quiso dar a conocer cuales son las riquezas de la
gloria de este misterio entre los gentiles; el cual es Cristo en ustedes, la
esperanza de gloria; a Quien predicamos, amonestando a todo hombre y
enseñando a todo hombre en toda sabiduría, para que podamos presentar
a todo hombre perfecto en Cristo Jesús” (Colosenses 1:20-23, 26-28).
En una visión que
el apóstol Juan registró en el libro de Apocalipsis, Jesucristo aparece como el
Cordero de Dios, Quien fue muerto por los pecados del mundo, y un nuevo canto acompaña
las oraciones de los santos: “Digno
eres Tú de tomar el libro, y abrir sus sellos porque fuiste muerto, y nos
redimiste para Dios
[el Padre] CON TU PROPIA
SANGRE, de toda tribu e idioma y gente y nación,…” (Apocalipsis 5:9).
Esta es la gloriosa salvación que Jesús consideró
cuando Él dijo, “Porque
esta es Mi sangre, la sangre del Nuevo Pacto, la cual es derramada por
muchos para la remisión de pecados” (Mateo 26:28).