CAPITULO OCHO
(Tomado del libro “El día que Jesús
el Cristo murió.”)
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El Significado del Lavado de Pies
Por
Fred
R. Coulter
www.iglesiadedioscristianaybiblica.org
Nota: Todas las Escrituras han sido traducidas de The Holy
Bible In Its Original Order (La Santa Biblia en Su orden Original),
segunda edición.
El Evangelio de
Juan muestra que la observancia de la Pascua Cristiana incluye la ordenanza del
lavado de pies. Jesucristo instituyó el lavado de los pies antes de instituir
el pan y el vino como los símbolos de Su cuerpo y Su sangre. Así como Jesús nos
ordena participar del pan y del vino, entonces Él nos ordena participar del
lavado de pies. La ceremonia del lavado de pies es esencial para entender
nuestra relación con Jesucristo y con otros cristianos bajo el Nuevo Pacto.
Podemos aprender muchas lecciones de esta simple pero profunda ceremonia.
En los días
anteriores a la última Pascua de Jesús, el espíritu de competencia y auto exaltación
estaba despertado entre los discípulos, causando contienda sobre quien sería el
más grande. La madre de Juan y Santiago se puso a sí misma en la mitad de este
argumento. Ella personalmente pidió a Jesús que le otorgara a sus hijos las
sillas a Su mano derecha e izquierda en Su reino (Mateo 20:20-23). Tras
reprobar a Santiago y Juan por buscar exaltarse a sí mismos sobre sus hermanos,
Jesús enseñó a Sus discípulos una lección vital de humildad:
“Y después de escuchar esto, los diez
estuvieron indignados contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y dijo,
“Ustedes saben que los gobernantes de las naciones ejercen señorío sobre
ellas, y los grandes ejercen autoridad sobre ellas. Sin embargo, no será de
esta forma entre ustedes; sino cualquiera que llegue a ser grande entre
ustedes, sea su siervo; y cualquiera que esté primero entre ustedes, sea su
esclavo; así como el Hijo de hombre no vino a ser servido, sino a servir, y a
dar Su vida como un rescate para muchos.” ” (Mateo 20:24-28).
En Su última
Pascua, Jesús enseñó esta lección de humildad y servicio asumiendo una de las
tareas mas bajas de un esclavo y lavando los pies de Sus discípulos. Este acto
de servicio humilde reveló el amor y humildad de Dios mismo. Ya que este
servicio era desempeñado comúnmente por siervos, Pedro protestó cuando Jesús comenzó
a lavar sus pies y fuertemente declaró que nunca lo permitiría. “...Jesús le respondió. “Si no te lavo, no
tienes parte conmigo.” Simón Pedro le dijo, “Señor, no sólo mis pies, sino
también mis manos y mi cabeza.” Jesús le dijo, “Aquel que ha sido
lavado no necesita lavarse ninguna otra cosa sino los pies, pues está
completamente limpio; y ustedes están limpios, pero no todos.” Porque sabía
quién estaba traicionándolo; esta fue la razón por la que Él dijo, “No todos
ustedes están limpios.”
” (Juan 13:8-11).
Las palabras siguientes
que Jesús habló claramente revelan Su voluntad concerniente al lavado de los
pies: “Por tanto, cuando Él
les había lavado los pies, y había tomado Sus vestidos, y se había
sentado nuevamente, les dijo, “¿Saben lo que les he hecho? Ustedes me llaman el Maestro y el Señor, y
dicen correctamente, porque lo soy. Por tanto, si Yo, el Señor y el Maestro,
he lavado sus pies, ustedes también están obligados a lavarse los pies los unos
a los otros; porque les he dado un ejemplo, para mostrarles que también
deberían hacer exactamente como Yo les he hecho.
“Verdaderamente, verdaderamente les digo, un
siervo no es más grande que su señor, ni un mensajero más grande que el que lo
envió. Si saben estas cosas, benditos son si las hacen.” ” (versos 12-17).
Jesús ordenó a
todos quienes lo profesan como Señor a participar en la ceremonia del lavado de
los pies de la Pascua Cristiana. Las palabras que Él le habló a Pedro muestran
que nuestra participación es esencial en la relación del Nuevo Pacto.
¿Qué significa tener parte
con Jesucristo?
Jesús le dijo a
Pedro, “Si no te lavo, no
tienes parte conmigo.”
Estas palabras tienen un significado profundo para cada cristiano. La palabra
“parte” es traducida de la palabra griega meros, la cual significa “una
parte de algo—como un componente, asunto, encalladura, participación, un lugar
con alguien” (Arndt & Gingrich, Un léxico griego-ingles del Nuevo
Testamento).
Tener una parte con
Jesucristo significa participar de las bendiciones del Nuevo Pacto, las cuales
ofrecen compañerismo con Jesucristo y Dios el Padre en esta vida y la promesa
de vida eterna en el Reino de Dios. Durante Su ultima Pascua, Jesús le prometió
a Sus discípulos una recompensa especifica en el Reino de Dios: “Ahora ustedes son los que han continuado Conmigo
en Mis tentaciones. Y Yo les asigno, como Mi Padre Me ha asignado, un reino;
para que puedan comer y beber en Mi mesa en Mi reino, y puedan sentarse sobre
tronos juzgando las doce tribus de Israel.” ” (Lucas 22:28-30).
Los discípulos
entendieron que tener una parte con Jesús significaba reinar con Él en el Reino
de Dios. También entendieron que Jesús los había llamado a tener parte en el
ministerio de predicar el evangelio durante la era presente. Como Sus apóstoles,
ellos serían enviados a las doce tribus de Israel, las cuales estaban dispersas
(Santiago 1:1), y a todas las naciones en el mundo (Mateo 24:14). Cuando Judas
Iscariote probó ser infiel a su llamado, los once discípulos restantes fueron
inspirados por el Espíritu Santo para seleccionar el remplazo de Judas para
tener los 12 apóstoles fundadores. La selección de Matías por suertes completó
el numero (Hechos 1:15-26). Es claro, del libro de Hechos, que Matías recibió
una parte en el ministerio de los apóstoles: “Y ellos oraron, diciendo, “Tú, Señor, el Conocedor de
los corazones de todos, muestra cual de estos dos Tú has escogido personalmente
para recibir la parte de este ministerio y apostolado,...” (versos 24-25).
Este registro en
el libro de Hechos clarifica el significado de las palabras de Jesús a Pedro
durante el lavado de pies. Cuando Jesús le dijo a Pedro que Él debía lavar sus
pies o no tendría parte con Él, Pedro entendió que él estaba en peligro de
perder su apostolado. No es de extrañar que Pedro respondiera diciendo, “Señor, no sólo mis pies, sino también mis
manos y mi cabeza.”
Pedro pudo haber estado refiriéndose a los requerimientos sacerdotales de
lavarse y ducharse antes de servir en el tabernáculo (Éxodo 30:17-21; Levítico 16:1-4).
Después de llegar
a ser un apóstol, Pedro reprendió a Simón el Mago, un hechicero en Samaria
quien era reverenciado como líder religioso, por intentar comprar un
apostolado. La condenación de Pedro a Simón muestra que su corazón malo y
codicioso lo descalificaba no solo de un apostolado sino de cualquier parte en
el ministerio de Jesucristo: “Pueda
tu dinero ser destruido contigo porque pensaste que el regalo de Dios puede ser
comprado con dinero. Tú no tienes parte ni suerte en este asunto, porque tu
corazón no es recto delante de Dios.” (Hechos 8:20-21).
Tener una parte
con Jesucristo no se refiere exclusivamente a servir en el ministerio. El Nuevo
Testamento enseña que todo el que pertenece a Jesucristo tiene una parte con Él.
Todos los que tienen una parte con Jesucristo ahora, tendrán una parte en la
primera resurrección, la cual tendrá lugar a Su regreso. Ellos serán
resucitados a inmortalidad y reinarán con Cristo durante el milenio: “Bendito y santo es aquel que tiene parte en
la primera resurrección; sobre este la segunda muerte no tiene poder. Sino que
serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él mil años.” (Apocalipsis 20:6).
La resurrección a
inmortalidad al regreso de Jesucristo es la esperanza y meta de cada verdadero
Cristiano. Tener una parte en esa resurrección es simbolizado por el acto del
bautismo en agua. El apóstol Pablo muestra como el entierro y resurrección simbólico
del bautismo lleva a tener una parte en la primera resurrección: “Por tanto, si ustedes han sido levantados [de la tumba acuosa del
bautismo] junto con Cristo,
busquen las cosas que están arriba [su parte con Cristo], donde Cristo está sentado a la
mano derecha de Dios. Coloquen su afección sobre las cosas que están arriba, y
no sobre las cosas que están sobre la tierra. Porque han muerto [a la naturaleza vieja,
como es representado por el bautismo], y sus vidas han sido ocultas junto con Cristo en Dios. Cuando
Cristo, Quien es nuestra vida, sea manifestado, entonces ustedes también
serán manifestados con Él en gloria [su parte eterna con Cristo]” (Colosenses 3:1-4).
Para tener una
parte con Jesucristo y compartir Su semejanza por la eternidad, debemos
aprender a ser como Él en esta vida. Si compartimos los sufrimientos que Él experimentó,
esforzándose para vencer la naturaleza carnal de pecado, también seremos
glorificados como los hijos de Dios: “...Al sediento, Yo le daré libremente de la fuente del agua de
vida. Aquel que venza heredará todas las cosas; y Yo seré su Dios, y él
será Mi hijo”
(Apocalipsis 21:6-7). ¡Que glorioso destino! Aquellos quienes venzan el pecado
en la carne recibirán vida eterna como hijos e hijas glorificados de Dios.
Para ser
glorificados como los hijos de Dios, debemos amar a Dios con todo nuestro
corazón y estar guardando Sus mandamientos. Aquellos que practican romper los
mandamientos están mostrando que no aman a Jesucristo y Dios el Padre (Juan
14:15, 23-24; I Juan 5:3). Su desobediencia llevará a una parte en el lago de
fuego: “Pero el
cobarde, e incrédulo, y abominable, y asesinos, y fornicarios, y hechiceros, e
idólatras, y todos los mentirosos, tendrán su parte en el lago que quema
con fuego y azufre; el cual es la segunda muerte.” (Apocalipsis 21:8).
Jesús mismo
muestra quien tendrá parte en Su reino: “Y he aquí, Yo vengo prontamente; y Mi recompensa está Conmigo, para
hacer a cada uno de acuerdo a como será su obra. Yo soy Alfa y Omega, el Principio
y el Fin, el Primero y el Último. Benditos son aquellos que
guardan Sus mandamientos, para poder tener el derecho a comer del árbol
de vida, y poder entrar por las puertas a la ciudad. Pero excluidos son los perros,
y hechiceros, y fornicarios, y asesinos, e idolatras, y todo aquel que ame e
idee una mentira...
Porque Yo conjuntamente
testifico a todo el que oiga las palabras de la profecía de este libro, que
si cualquiera añade a estas cosas, Dios le añadirá las plagas que están
escritas en este libro. Y si cualquiera quita de las palabras del libro de esta
profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa
ciudad, y de las cosas que están escritas en este libro” (Apocalipsis 22:12-15,
18-19).
Teniendo una
parte con Jesucristo requiere una obediencia total y completa—sin variaciones
ni excepciones. Por eso es que Jesús le requirió a Pedro participar en el
lavado de pies. También por eso es que Jesús no lavó las manos ni la cabeza de
Pedro, como Pedro requirió. Jesús lavó solo sus pies.
Como Pedro aprendió
a someterse a Jesucristo, así nosotros debemos aprender. Debemos aprender a
seguirlo, ajustando nuestras vidas a Su enseñanza y Su camino, para tener una
parte con Él. No podemos agregar o tomar de lo que Jesús ordenó. La orden de Jesús
de lavarse uno a los otros los pies durante la Pascua Cristiana no es excepción.
Aun si lo consideramos el menor de sus mandatos, estamos requeridos a obedecer
Sus palabras y seguir Su ejemplo.
Lavado de Pies y Bautismo
Cuando examinamos
las palabras que Jesús habló concerniente al lavado de pies, encontramos una
referencia directa a la limpieza espiritual que tiene lugar cuando creyentes
arrepentidos son bautizados. Jesús le dijo a Pedro: “Jesús le dijo, “Aquel que ha sido lavado no
necesita lavarse ninguna otra cosa sino los pies” (Juan 13:10). La frase
“ha sido lavado” es traducida de la palabra griega louoo, la cual
significa “lavar, como una norma todo el cuerpo; tomar una tina, lavados
religiosos...con alusión a la limpieza de todo el cuerpo en el bautismo” (Arndt
& Gingrich, Un léxico griego – ingles del Nuevo Testamento). Otros
usos de la palabra louoo en el Nuevo Testamento muestran que Jesús no se
estaba refiriendo a lavarse como en una tina, sino al lavado del bautismo. Esta
misma palabra es usada por el apóstol Pablo en Hebreos 10: “Aproximémonos a Dios con verdadero
corazón, con completa convicción de fe, habiendo sido purificados [santificados por la
sangre de Cristo] nuestros
corazones de una conciencia maligna, y nuestros cuerpos habiendo sido lavados [louoo] con agua pura.” (Hebreos 10:22). Las
palabras de Pablo a Tito no dejan duda que él se está refiriendo al lavado del
bautismo, el cual trae limpieza espiritual: “...de acuerdo a Su misericordia Él nos salvó, a través del
lavado de regeneración y la renovación del Espíritu Santo” (Tito 3:5).
El apóstol
Pedro muestra que el bautismo en el nombre de Jesucristo es un requerimiento
para recibir el regalo del Espíritu Santo. En el día de Pentecostés, Pedro fue
inspirado a proclamar, “Arrepiéntanse y sean bautizados cada uno de ustedes en el nombre de
Jesucristo para la remisión de pecados, y ustedes mismos recibirán el
regalo del Espíritu Santo”
(Hechos 2:38).
Los doce apóstoles,
quienes se habían arrepentido y sido bautizados en el día del ministerio de Jesús,
fueron los primeros en recibir el Espíritu Santo en el Día de Pentecostés (Hechos
2:1-4). Sus inspiradas predicaciones llevaron a muchos otros a creer y ser
bautizados (versos 41-42). Todos estos recibieron el regalo del Espíritu Santo
por la imposición de manos, como hicieron otros creyentes que fueron
adicionados en los meses siguientes (Hechos 8:15-17). La conversión de Saulo,
quien llegó a ser el apóstol Pablo, tuvo lugar durante este tiempo (Hechos
9:1-6). Al testificar de su conversión ante los judíos incrédulos, Pablo repitió
las palabras de Ananias, quien impuso sus manos sobre él: “Y él dijo, ‘El Dios de nuestros padres te
ha escogido personalmente para saber Su voluntad, y para ver al Justo, y oír la
voz de Su boca; porque serás un testigo para Él a todos los hombres de lo
que has visto y oído. ¿Y ahora por qué te demoras?
Levántate y se bautizado, y lava [louoo] tus pecados, acudiendo al nombre del Señor.’ ” (Hechos 22:14-16).
La palabra “bautizo”
es traducida del griego baptizoo, que significa “mojar, sumergir,
hundir, empapar, fundir” (Arndt & Gingrich, Un léxico griego-ingles del
Nuevo Testamento). El bautismo requiere completa inmersión en agua porque
simboliza el entierro de la vieja naturaleza pecaminosa. Dado que el bautismo
representa el entierro del viejo y pecaminoso ser en una tumba acuosa, puede
ser comparado al entierro de una persona muerta. Una persona muerta no es
enterrada salpicándole un poquito de lodo sobre el cadáver. Los muertos son
colocados en tumbas y son cubiertos completamente con tierra. En la misma
manera como una persona muerta es ubicada en la tumba y cubierta completamente
con tierra, el que es bautizado debe ser cubierto completamente con agua por inmersión.
El creyente que
desea ser limpiado del pecado es bautizado en la muerte de Jesucristo, muriendo
simbólicamente a la antigua naturaleza de pecado, y levantándose de la tumba
acuosa para caminar en novedad de vida, como Pablo explica: “¿O son ustedes ignorantes que nosotros,
como tantos que fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en Su
muerte? Por tanto, fuimos sepultados con Él a través del bautismo
en la muerte
[muriendo a la vieja naturaleza]; para que, así como Cristo fue levantado de los muertos por
la gloria del Padre, en la misma forma, deberíamos también caminar en
novedad de vida.”
(Romanos 6:3-4).
Jesucristo pagó
el castigo por los pecados de todo ser humano, y Su muerte es aceptada por Dios
el Padre en lugar de cada pecador arrepentido que es bautizado. El bautismo es
la manifestación externa del arrepentimiento y fe del pecador en el sacrificio
de Jesucristo para el perdón de pecados y limpieza del corazón. La limpieza espiritual
que tiene lugar en el bautismo libera a cada uno del castigo por el pecado, el
cual es la muerte, y lo habilita para recibir el regalo de la vida eterna de
Dios el Padre (verso 23).
Cuando un
creyente es co-unido en la muerte de Jesucristo en el bautismo, él o ella se está
comprometiendo a guardar fielmente los mandamientos de Jesucristo y Dios el
Padre, los cuales son las palabras del Nuevo Pacto. Todo el que permanece fiel
hasta la muerte será resucitado a vida y gloria eterna.
Para ser
resucitado a inmortalidad, debemos continuar caminando en el nuevo camino de
vida que comienza en el bautismo. Esta novedad de vida es simbolizada por la
ceremonia del lavado de los pies de la Pascua Cristiana. Mientras participamos
en el lavado de pies cada año, estamos renovando nuestro compromiso de caminar
en el nuevo camino de vida que Dios ha ordenado para nosotros (Efesios 2:10).
Dado que ya hemos sido totalmente lavados por las aguas del bautismo, solo
necesitamos lavar nuestros pies como una renovación de nuestro compromiso.
Cuando nos
lavamos los unos a los otros los pies como Jesús ordenó, estamos re-dedicándonos
nosotros mismos a caminar en el camino de vida de Dios. Mientras buscamos
caminar en Su camino, seremos guiados por el Espíritu Santo para resistir los
deseos pecaminosos de la carne (Gálatas 5:16). El Espíritu Santo impartirá el
amor de Dios y nos motivará a guardar Sus mandamientos: “Y este es el amor de Dios: que caminemos
de acuerdo a Sus mandamientos.…” (II Juan 6). Estaremos aprendiendo a vivir por
cada palabra de Dios, la cual es la verdad: “Porque me regocijé excedidamente en la llegada de los
hermanos quienes testificaron de ustedes en la verdad, incluso como
están caminando en la verdad. No tengo ningún gozo más grande que
estos testimonios que estoy oyendo—que mis hijos están caminando en la
verdad.”
(III Juan 3-4). Mientras caminamos en la luz de la Palabra de Dios, la sangre
de Jesucristo nos limpiará de todo pecado (I Juan 1:7).
Esta limpieza
espiritual, la cual recibimos a través de la sangre del Nuevo Pacto, es
simbolizada por la ceremonia de lavado de pies de la Pascua Cristiana. Al
participar en el lavado de pies, confirmamos nuestro deseo de permanecer bajo
el Nuevo Pacto, y renovamos nuestro compromiso de guardar los mandamientos de
Dios y caminar en Su Verdad.
El lavado de pies y la
humildad verdadera
Mientras seguimos
el ejemplo de Jesucristo al lavarnos unos al otro los pies, también debemos
aprender la lección de humildad que Jesús enseñó a Sus discípulos: “...el Hijo de hombre no vino a ser servido,
sino a servir, y a dar Su vida como un rescate para muchos” (Mateo 20:28). Jesús habló
estas palabras unos pocos días antes de Su última Pascua. En la noche de la
Pascua, antes que Él fuera traicionado, Él instituyó la ceremonia del lavado de
pies. Al lavar los pies de Sus discípulos, Él demostró la actitud de servicio y
humildad que Él requiere de todos quienes profesan seguirlo. Cuando Él había
terminado de lavar los pies de los discípulos, Él les dijo, “Ustedes me llaman el Maestro y el Señor, y
dicen correctamente, porque lo soy.... Verdaderamente, verdaderamente les digo, un siervo no es más grande
que su señor, ni un mensajero más grande que el que lo envió.” (Juan 13:13, 16).
Esta lección
vital de humildad aplica a todo siervo de Jesucristo. Todo quien esté sirviendo
a Jesucristo, como un mensajero trayendo la Palabra de Dios, nunca debe
exaltarse por encima de los hermanos.
El apóstol Pablo
no se exaltó a sí mismo por encima de los hermanos sino que él siguió el
ejemplo de Jesucristo y le enseñó a otros a practicar la misma humildad. Pablo escribió,
“Nada sea hecho a
través de
[motivado por] contienda o
vanagloria, sino en humildad, cada uno estimando a los otros sobre sí
mismo. Cada uno ocúpese no solo de sus propias cosas, sino que
cada uno también considere las cosas de otros. Esté esta mente en
ustedes, la cual estuvo también en Cristo Jesús; Quien, aunque existió [pre-existió] en la forma de Dios, no lo consideró
robo ser igual con Dios, sino que se vació a Sí mismo [rindiendo Su gloria como
Dios], y fue hecho en la
semejanza de hombres, y tomó la forma de un siervo; Y habiéndose
encontrado en la forma de hombre, se humilló a Sí mismo, y
llegó a ser obediente hasta la muerte, incluso la muerte de la
cruz.” (Filipenses
2:3-8).
El apóstol Juan también
escribió de la pre-existencia de Jesucristo como Dios (Juan 1:1-3, 14). Juan sabía
que Jesús había entregado Su poder, Su gloria y Su inmortalidad para llegar a
ser un hombre, hecho en la semejanza de carne humana, para el propósito de
llegar a ser el sacrificio perfecto de Dios el Padre para el perdón de pecados—nuestros
pecados y los del mundo entero (I Juan 2:2). ¡No puede haber un acto más
grande de humildad y servicio que éste!